(colección de Ricardo Vega)
Localizado en los periódicos unas publicaciones
sobre el CABO ESPARTEL, me ha llegado al recuerdo este buque.
Este barco español, se hundió cerca de Folkestone,
debido a un abordaje con otro buque inglés Felspar. La colisión se debió a la
niebla reinante.
Los 37 personas que integraban la tripulación fueron
salvadas. El capitán del barco era don Agustin Oñate Zárrega.
El buque navegaba desde Rotterdam rumbo a Valencia,
con un cargamento de productos químicos y desplazaba 7.000 toneladas.
La colisión ocurrió a dos millas de la costa
inglesa. Los pescadores de Dungeness oyeron la llamada de socorro del barco
español a las cuatro y cuarto de la madrugada e inmediatamente lanzaron al mar
un bote salvavidas.
Los tripulantes españoles recibieron la orden de
marchar a Dover y se manifestaron que ninguno había resultado herido.
El Cabo Espartel se hallaba matriculado en Sevilla.
Nuestro historiador don Rafael González Eechagaray,
publicaba en su página "por las machinas" lo siguiente:
El
7 el mayo de 1949 nos visito por última vez. Después de haberse remozado casi
por tener en el dique de Astillero, nos había dado la espalda olímpicamente;
fuera de los correos, era el único "Cabo" que no había gustado del
sabor de nuestras aguas desde esos días del mayo anterior. Se había pasado una
buena temporada, bastantes meses esperando, en una dársena argentina, allá en
Puerto Nuevo, un trigo que no llegó nunca. Durante este tiempo, se contagió de
ansias viajeras al rozas su costado con tanto paseante de los siete mares que
entraba y salía.
El
día en que largó amarras y dibujo con el branque un débil bigote de espuma, se
sintió resucitar, y contemplándose en su reflejo deforme y cambiante, se vio
joven aún y con arrestos bastantes para participar en la batalla de los fletes,
cada vez más peliaguda. El no necesitaba de aerodinamismos, ni de radar para
buscar "chatas" y correos tiempos proa a la mar. Su cubierta corrida,
limpia de aguas, le imprimía sobrada confianza. Solamente el recuerdo de su
hermano gemelo, el "Cabo Villano", desaparecido hace años en el
silencio y la incertidumbre de un viaje triguero sin arriba desde Buenos Aires
a la península, pesaba un poco, muy poco, sobre la conciencia marinera del
banco y de sus hombres.
Y
mientras tanto en Santander agotaba nuestra paciencia el "Cabo
Prior", que, un poco menor que él y con idéntica silueta, nos chasqueaba
una y otra vez con la esperanza de tener entre nosotros al viejo amigo, casi un
montañés después de la operación facial del Astillero, que lo había dejado como
nuevo.
Pero
el "Espartel" se nos había ido definitivamente, las excursiones de
gran altura sin duda le habían dado una buena dosis de confianza en sí mismo y
ya no quería saber nada de nuestro humilde puerto, de sabor casi local, en
donde un pabellón extranjero es un suceso ¡ingrato! ¿Seria posible que hubiese
olvidado las montañas de sosa bajo el pórtico de las grúas que inundaron sus
bodegas cuando navegaba persiguiendo las luces de los faros de nuestra costa?
Era
el hijo pródigo y como a tal le hubiéramos recibido con los brazos de Cabo
Mayor y Cabo Gálizano, abiertos para acogerlo en el regazo de nuestra canal.
Pero allá arriba en donde además de paternal bondad hay severísima justicia
para con las criaturas y los barcos, lo habían elegido para descargar en él el
merecido castigo a su rebelde ingratitud y manera de aviso y ejemplo.
Y
al año casi justo de abandonarnos -unos escasos días de diferencia- ha hallado
la muerte lejos en las aguas frías del Canal ante las rocas blancas de Dóver y
las boyas centellantes de los Downs; antes de un par de meses, las impetuosas
corrientes que las mareas vaciantes del mar del Norte forman en aquella zona lo
habrán enterrado piadosamente en una tumba de cieno.
En
veinte minutos después del zarpazo brutal de la muerte, sentiría el escalofrío
del agua avasalladora invadiendo compartimentos abatiendo mamparos llegando a
los fuegos. A su contacto helado con las planchas vendrían a la memoria del
pobre "Cabo" la tibia y mansa caricia del agua rubia de Solia, cuando
inundó el dique seco de Astillero y lo puso a flote. Ahora esto era muy
distinto; las balleneras lo arriaron y las tiras colgando de los pescantes
vacios, eran como las lágrimas de desesperación y miedo que se deslizaban por
el costado del "Cabo"
La
mar, por lo general, tiene mucha prisa en cobrar sus presas y casi estaba
haciendo un extraordinario con él, dejando escapar treinta y tantas vidas, Pero
el barco era muy suyo, y con gesto de impaciencia aceleró el hundimiento sepultándole
en un remolino gigante de espuma.
Que
desde hace unos, cuando meses, se va nutriendo más de la cuenta, mermando de
modo alarmante nuestra vieja y achacosa flota mercante.
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