En febrero de 1917, hubo una noticia que causo
gran impresión especialmente en Astillero, fue el hundimiento del vapor
santanderino "Nueva Montaña" , en cuya tripulación se encontraba el segundo
maquinista de Astillero, Enrique Hevia.
Pronto llegaron las noticias, de que se
encontraba a salvo y que regresaría en breve a su pueblo.
El 5 de febrero de 1917, se confirmaba el
hundimiento por un submarino del vapor "Nueva Montaña", noticias que
llegaron a Santander, causando el disgusto consiguiente.
"Nueva Montaña" significaba para
Santander el porvenir, la nueva vida de progreso industrial, de febril
actividad, de producción incesante, de bienestar, de prosperidad, de riqueza. Y
esas dos palabras "Nueva Montaña" que encierran las más legitimas
esperanzas, los más vivos afanes de Santander, estaban, trazadas en el casco de
un buque, en el fondo de los mares. Y no sólo se había hundido ese vapor, sino
que el cargamento de carbón que iba a traer de Inglaterra ya no vendría, y si
el carbón llegase á faltar en los Altos Hornos, esta industria se vería
precisada a interrumpir su producción, y la Montaña Nueva sufriría las
consecuencias de todas estas contrariedades.
Desgraciadamente el rumor que anunciaba el
torpedeamiento del vapor santanderino "Nueva Montaña" tuvo plena y
oficial confirmación.
La matricula de Santander sufrió una nueva e importantísima
baja con la pérdida del hermoso vapor de la Sociedad Altos Hornos.
La noticia del torpedeamiento llegó por un
telegrama del capitán del barco, expedido en Lorient el día 30 de enero, a las 17,45 h., que decía
"Equipaje sauvé Vapeur coulé parsous marin", que, literalmente
traducido, dice: "Tripulación salvada, vapor hundido por submarino".
En las oficinas de los consignatarios del vapor
torpeado y en la de Nueva Montaña, no habían recibido más noticias que la del
primer telegrama.
Como la tripulación del Nueva Montaña, es en su
mayor parte de este puerto, fueron numerosísimas las personas que desfilaron por
la casa consignataria pidiendo noticias del naufragio.
A todos se les contestaba que la tripulación se
hallaba a salvo y que se hacían las gestiones oportunas para repatriarla.
Se creyó que el Nueva Montaña debió ser
torpedeado ese domingo por la tarde o por la noche, a cien millas al Sur de
Ouessaul.
El Nueva Montaña salió del puerto el día 20
enero, a las seis y media de la tarde, conduciendo en sus bodegas 2.800
toneladas de mineral para Newcastle.
Su capitán, señor Garcia, tenía orden de
atravesar la zona peligrosa donde se supone fue hundido el barco, durante la
noche.
Como el capitán, don Manuel Aguirre, se vio
obligado a quedar en tierra, este viaje, aquejado por una enferme3dad, iba
mandando el barco el primer oficial, don Deogracias Garcia, de Santander,
componiéndose la tripulación del personal siguiente:
Oficiales: don F. Maximiliano Villanueva y don
Gumersindo Triguero, montañeses.
Maquinistas: don Carlos Videa, vizcaíno; don
Eduardo Hevia, montañés y el ayudante, Miguel Alboitir,
Mayordomo: Domingo Casiano, vizcaíno.
Contramaestre: Fulgencio Carpintero, vizcaíno.
Carpintero: Agustin Alvarez, montañés.
Cocineros: Luis Uzquieta, vizcaíno y Guillermo
Aguirre, montañés.
Fogoneros: José Ostolaza, Gregorio Hormaza, Juan
Martinez y Antonio Gordía; vizcaínos.
Paleros: Francisco Ibañez y Luis Jerez,
montañeses.
Marineros: Angel Carpintero, Luis Fernández y
Ramón Iriarte; vizcaínos; y Pio Berbes, asturiano.
Mozos: Pelayo Arteche, vizcaíno y Ruperto San
Emeterio, montañés.
Camarero: Hipólito Ibargüen y marmitón, Domingo
Legarreta; vizcaínos.
El vapor fue construido en Sunderland el año
1891, botándose al agua con el nombre de "Tarragona" y pabellón
inglés.
Después cambió de nacionalidad y de nombre, abanderándolo
los nuevos propietarios en Grecia y navegando con el nombre de "A.D.
Rydoniefs".
En 1914 se transfiere la propiedad al armador
Embiricos y se matricula con el nombre de "Antonias Embiricos".
El 14 de junio de 1916, entra en Newcastle y con
un completo de carbón arriba a Santander, el día 22, sin más novedad, todo su
engalanado arriba. Atracó en el Cuadro, al lado de los que iba a ser nuevos
compañeros de matrícula, "Asón" y "Maria". El buque se
abanderó en Santander y tomó el nombre de "Nueva Montaña", quedando
con casco negro y chimenea roja con coronamiento negro. Estos colores, pasando
los años, los cambió la empresa en otros buques de su flota adoptando la
chimenea totalmente negra con rectángulo blanqui-rojo partido en diagonal la
parte superior blanca y la inferior roja y en cada parte con colores inversos
las iniciales N y M.
Fue adquirido por la Sociedad Nueva Montaña en
el mes de mayo del año 1916, pagando por el, 52.000 libras esterlinas.
Antes de este último viaje, que hacia el número
siete de los realizados con pabellón español y matricula de Santander, estaba
asegurado en 67.000 libras, elevándose a 82.000 libras su seguro.
Al retorno de este viaje, el Nueva Montaña, tenía
que entrar en dique para hacer algunas reparaciones de importancia y sufrir la
revisión reglamentaria del Lloyd.
El cargamento mineral que conducía al ser
hundido estaba asegurado en 3.000 libras esterlinas.
Las características del barco eran: 275 pies de
eslora; 38 de manga y 17,7 de puntal, con un calado de 19 pies y medio.
Desplazaba 2.030 toneladas de registro bruto,
1.295 neto y 3.100 de carga.
Por la línea de Bilbao llegaron el día 4 de
febrero, en el último tren el capitán y
los tripulantes montañeses del vapor de esta matricula "Nueva
Montaña".
En la estación, además de las familias de estos marinos,
esperaban el gerente de Nueva Montaña, señor Cortines, los consignatarios del
vapor torpeado señores Dóriga y Casuso y bastante público.
Los náufragos, según manifestaron al descender
de los coches, venían muy agradecidos de las atenciones que para ellos habían
tenido los tripulantes del vapor noruego "La France" por el que
fueron recogidos y á las autoridades de Lorient, así como del veci-cónsul de
España en aquel puerto francés, pues unos y otros les atendieron cariñosamente.
El primer oficial del Nueva Montaña, don Mariano
Villanueva, amablemente se refirió algunos detalles interesantes de la nueva
hazaña de los germanos, que ha restado a nuestra ya mermada matrícula uno de
sus mejores y más necesarios buques.
"Tras salir de Santander, y ya en altar
mar, fuimos abordados por el submarino alemán y ordenándoles arriar una
ballenera y llevarles la documentación para que ellos la examinasen.
La orden fue obedecida inmediatamente y con
cuatro marineros me dirigí al submarino, que seguía aguantándose en el mismo
sitio donde había emergido.
Cuando llegamos al buque al comandante Hans
Rose, que no tendría más de treinta y
cuatro años y vestía el uniforme de la Marina de su país, tomó de mis manos la
documentación diciéndome que le siguiese.
Bajamos al cuarto de derrota, un pequeño
camarote con algunos libros y aparatos náuticos y una mesita, en la que había
extendido y clavado con chinches un mapa de la costa francesa.
Sobre aquella el comandante del submarino revisó
la documentación y encarándose después conmigo, en inglés chapurreado, me
preguntó qué clase de carga y destino llevaba el Nueva Montaña.
No había terminado de contestarles cuando me
hizo una seña con mano, dándome a comprender claramente que iba a echar a pique
nuestro barco.
Mis ruegos no fueron atendidos por el marino
germano, á pesar de que le ofrecí bajo palabra del barco, que no hundiese el
barco y retrocederíamos a Santander con el cargamento.
Entonces pregunté al comandante el número del
submarino y éste, sonriéndose me contestó que el 200.
En nuestra ballenera embarcó el oficial y dos
marineros con bombas y mechas para encender éstas, y a remolque del submarino
nos dirigimos a nuestro barco.
Cuando el bote se separó del submarino y atracó
al costado del Nueva Montaña ya había sido arriada del vapor la otra ballenera
y con ella se encontraban varios marineros.
El oficial alemán obligó al maquinista a subir a
bordo para que les ayudase a colocar las bombas en la máquina, y al
contramaestre a abrir las escotillas para hacer igual operación en las bodegas.
Minutos después precipitadamente abandonamos
todos el buque, embarcando en las balleneras y dirigiéndonos al submarino. El
comandante de éste, que desde la torrecilla presenciaba el abandono del Nueva
Montaña, mandó que los tripulantes, excepto dos que debían que darse en los
botes para gobernarlos, bajamos a las cámaras del buque.
Poco tiempo después oímos algunos detonaciones y
momentos más tarde cuatro cañonazos.
Era que el submarino había cañoneando nuestro
barco porque las explosiones de las bombas no fueron suficientes para echarle a
pique.
Hasta las once de la noche permanecimos a bordo
del buque y allí conseguimos averiguar por un marinero alemán, que hablaba el castellano
que el submarino era el "U-53" que había operado algún tiempo en
aguas norteamericanas y que hacía diez días que recorría aquellas aguas.
A las once, cinco horas después de embarcar en
el submarino, recibimos orden de saltar a los botes.
La operación fue bastante peligrosa, ¡había
bastante marejada y las olas pasaban por encima del buque!
Cuando embarcamos en los botes ya estábamos
calados hasta los huesos.
Y allí nos dejó el submarino, bregando con el
temporal y aferrados de frio.
A las cuatro de la mañana divisamos próximo un
vapor y encendiendo cerillas conseguimos pronto llamar la atención de sus
tripulantes.
A fuerza de remos, aunque nuestras fuerzas eran
ya bastante escasas, nos aproximamos al vapor que la previdencia nos deparaba.
A las cuatro de la madrugada del día 30, los recoge el mercante noruego "La
France" y los lleva a Lorient, en donde desembarcan todos sin más novedad
que el susto y la fatiga de la peripecia.
Tras rendidos por la fatiga y tan aterrizados de
frio nos hallábamos con los tripulantes de "La France" que era el
barco salvador, tuvieron que ayudarnos a subir a bordo.
Las balleneras quedaron al garete, llevándoselas
la mar.
En el barco noruego fuimos acogidos
cariñosamente, dándonos café y atendiéndonos como mejor pudieron"
"La France" les condujo a Lorient,
donde permaneció dos días en el Arsenal la tripulación y a la oficialidad se
nos alojó en una fonda.
El amable oficial terminó repitiéndoos que no
olvidarían el buen trato que tripulantes y oficiales recibieron.
Desde esta localidad, se trasladaron el día 1 a Saint-Nazaire, donde fueron atendidos por el
cónsul hasta despedirles para España.
Se hospedaron en una fonda de Saint Nazaire, con
nombre francés y su propietario de nacionalidad desconocida. El precio del
hospedaje era de siete francos diarios, el menú de lo más deleznable y el
hospedero, un tipo originalísimo que hablaba español.
Los náufragos en esta fonda, las pasaron negras, como vulgarmente se decía.
Desde Saint Nazaire viajaron los tripulantes a
San Sebastián y después a Bilbao, para regresar a sus casas.
Y así fue, el vecino de Astillero, ENRIQUE
HEVIA, pudo llegar sano y salvo y fue recibido con gran alegría por sus
convecinos.
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