El 21 de marzo de 1934, se efectuó dos
atracos en este mismo día, primero al Banco Santander que se encontraba situado
en el edificio de la calle San José nº 2, que aún permanece y que estuvo
instalado la Zapatería Margut.
Después, al Banco Mercantil, que se
encontraba en la calle San José nº 27 y que hoy es la oficina del Banco
Santander.
Acontecimiento que llamó la atención en
la provincia y que tuvo a la Guardia Civil en alerta durante varios días, hasta
que cerraron el expediente, al no encontrar ni atracadores ni el botín robado.
Los hechos ocurrieron así, según la
prensa santanderina, en los atracos a ambos Bancos.
Los atracadores abandonaron
tranquilamente el Banco y montaron en el automóvil que les esperaba a la
puerta, despareciendo a gran velocidad.
El director y los empleados, así como
los clientes, permanecieron encerrados por espacio de un cuarto de hora, al
término del cual, fueron puestos en libertad por el encargado de las obras de
las escuelas que se estaban construyendo a pocos metros del Banco. Este señor
pasaba ante las oficinas y observando que algo anormal debía ocurrir, entró y
no viendo a nadie, recorrió todas las dependencias hasta dar con los empleados
encerrados.
Pronto llegaron desde Santander, el
director del Banco de Santander, son Emilio Botín y el subdirector, don Gabino
Gómez, enterados de lo ocurrido.
La oficina tenía un pequeño
"hall" y una mampara de vidrio en los mostradores del Banco. Dentro
se halla el despacho del director, comunicándose con el resto de las
dependencias por una puerta vidriera. A la izquierda, junto al muro, la caja de
caudales, a cargo del cajero.
Verificado el arqueo, se notó la falta
de cuarenta y ocho mil pesetas en billetes del Banco. Los asaltantes no
quisieron cargar con la plata de la que había varios miles de pesetas, sin duda
porque el peso era una enojoso impedimento.
Simultáneamente al asalto al Banco de
Santander, se estaba perpetrando otro en las oficinas de la Sucursal del Banco
Mercantil.
El hall de esta oficina, es más amplio.
Mide unos diez metros de fondo por cuatro de ancho. En uno de los ángulos de la
mampara, hay una pequeña puerta de acceso a las dependencias. A la izquierda de
la entrada se halla situado el despacho del gerente.
Aunque no está completamente aclarado,
parece que también eran cuatro los asaltantes. uno de ellos se quedó a la
puerta, haciendo que leía un periódico, mientras los tres restantes tomaban
estratégicamente las ventanillas encañonando a los empleados.
El director del Banco Santander, don
Severiano Setien, explicaba a la prensa, como había sido los hechos:
" Serían aproximadamente las cuatro
y media o cinco menos cuarto de la tarde. Me hallaba yo en mi despacho donde me
dedicaba a ultimar las operaciones del día, cuando me vi sorprendido con la
presencia de un sujeto, casi un muchacho. Vestía traje oscuro, gabardina y tenía
la boina puesta. No se cubría el rostro, y con la mayor serenidad, pero también
con la mayor energía, me dijo:
¡Manos arriba! ¡Ni una voz ni tocar el
timbre de alarma ni el menor movimiento! ¡A la menor sospecha, le levanto la
tapa de los sesos!
La escena se repitió en todas las
ventanillas. Por cada una de éstas y eran tres, una de la Dirección, otra de la
Intervención y otra de Caja, apareció una pistola y detrás sonó una voz
profiriendo idéntica amenaza.
Como carecíamos de pistolas a nuestro
alcance, levantamos las manos en alto. Y los empleados nos fuimos, por natural
instinto de defensa, agrupando. Entonces penetró un muchacho joven, de pequeña
estatura, también armado de una pistola, y, enérgico y resuelto, nos dijo:
Sin bajar las manos, sin dar el menor
grito, sin oprimir el timbre de alarma, todos al retrete.
Cumplimos la amenazadora orden y
mientras tanto los atracadores estratégicamente, se disponían a apoderarse del
dinero. Para ello hicieron la siguiente distribución: uno se colocó en la
puerta; otro, situado frente al grupo que formábamos los ochos empleados, nos
amenazaba con su pistola, y los otros dos se apoderaban del dinero.
Pero, ¿la caja estaba abierta?
Si; estaba abierta, porque existe esa
costumbre y porque es precisamente la hora de realizar todas las operaciones de
caja, guardando en ésa la recaudación del día, el dinero que traen los
cobradores...
¿De manera que se fueron a la caja?
Sí; pero no debió satisfacerles lo que
veían, porque uno de ellos vino donde estaba el grupo, preguntó quién era el
cajero y cuando se lo dijimos, obligó a Anastasio Oria, a que les acompañase
hasta la caja. "
En el momento del atraco, llegó a la
sucursal del Banco de Santander y penetró tranquilo y resuelto, hasta una de
las ventanillas, don Julio Fernández Barros. De pronto se encontró encañonado
por una pistola y una voz amenazadora, le decía: " Por aquí, sígame, con
las manos en alto y sin hacer el menor movimiento ". Don Julio Fernández Barros cumplió la
orden y con las manos en alto atravesó las oficinas y se sumo al grupo.
Poco después llego el notario de
Astillero, don Gelso Romero. Y se repitió la operación. Con las manos arriba
tuvo que incorporarse al grupo, mientras los atracadores seguían su labor.
En ese momento llegó a la sucursal del
Banco, don Rafael Arnaiz, conserje de la Orconera.
- Vengo a imponer...
Los ladrones no le dejaron continuar
- ¿Cuánto? venga....
Don Rafael Arnaíz, un poco sorprendido,
se quedó mirando al que le preguntaba, y le dijo:
- Son sesenta pesetas. Fruto de mis
ahorros...
El atracador, se mostro indulgente.
- Tenga, nosotros no queremos dinero de
pobres. Pero pase usted al grupo. Y hacia el lavabo fué también el conserje de
Orconera.
Mientras los atracadores se apoderaron de todo
el dinero, en billetes y en plata -de ésta una gran cantidad- y salieron.
La salida fue de película policiaca. Con
las pistolas apuntando al grupo, andando hacia atrás, y uno de ellos con una
sonrisa de satisfacción, de triunfo.
Montaron en el automóvil que les
aguardaba y salieron huyendo.
¿Cuánto fué lo robado?
De una manera exacta, no puede
afirmarse, pero la primera operación de arqueo demuestra que pasa de cuarenta y
ocho mil pesetas y que se aproxima a cincuenta mil.
La oficina del Banco de Santander, en
esos momentos, se encontraban los siguientes empleados:
Don Severiano Setién, director; don
Angel Sainz de la Maza, interventor; don Anastasio Oria, cajero; don Luis San
Millán, don José San Emeterio, don Pedro Corral y don Pedro Taborga,
auxiliares..
Ya en el Banco Mercantil, la prensa
consigue entrevistar al director de la Sucursal. Ante la presencia de los
consejeros que habían traslado desde Santander y del director del Banco, don
Luis Catalán y el consejero don Paulino Garcia del Moral.
El Director cuenta los hechos ocurridos:
"
En el momento del atraco y un poco antes, una joven, hija de don Juan
Cobo, comerciante de Boo y don Celestino Quintanal, hijo de la señora viuda de
Quintanal, de Maliaño, oí una voz femenina. Reconocí que era la de esa joven.
Luego oí, otras voces, que me eran extrañas; pero no lo di importancia. Más de
pronto se abrió la puerta de este despacho y me encuentro con que, un sujeto
avanza, resuelto y decidido hacia mí, con una pistola en cada mano. Y
poniéndomelas sobre el pecho, me dice: " Si da usted una voz, un grito; si
hace un movimiento o toca un timbre, le mato "
Era un hombre fuerte alto, grueso,
vestido con traje marrón y cubierta su cabeza con una boina. A cara descubierta
me dijo: "Abandone usted el
despacho, y a unirse con todos donde les encerremos ". Levanté los brazos
y me dispuse a obedecer. No había otro remedio. Estaba desarmado y la decisión
del atracador era resuelta.
Mientras otro atracador armado de una
pistola, cuidaba la puerta y otros dos, penetrando por la de personal, se
internaban en las oficinas diciendo a los empleados: "Manos arriba; pero en seguida".
Y todos obedecieron y se agruparon.
Ya unidos, los atracadores nos
empujaron, junto con los clientes al archivo, y seguidamente comenzaron a
despojar la caja.
El que vigilaba se creyó en el caso de
darnos una explicación:
- Como ustedes verán sabemos que nos
jugamos la viuda, y porque lo sabemos, nada nos importe ni nos amedrenta.
Estamos dispuestos a llevarnos todo cuanto haya, y si ustedes dan un paso o
piden auxilio o hacen un movimiento sospechoso, los que se la juegan son
ustedes.
Uno de ellos, el que parecia dirigir la
operación, no conforme con el dinero que encontraron en caja, pidió el libro de
la misma.
- ¡No estaría conforme con el saldo de
caja!
Poco después abandonaban la sucursal,
llevándose un saco con 5.000 pesetas en plata, que pesaba 25 kilos.
En aquel momento extrañados de lo que
sucedía, penetraron en la sucursal, don Enrique Díez Palazuelos y otras varias
personas. Pero ya era tarde. Los atracadores habían desaparecido.
En la oficina se encontraban en esos
momentos, los empleados, don Enrique Azcué, director; don Gabino Sete,
interventor; do Carlos Loyo, don Calixto
Moncada; don Rafael Lanuza, don Gumersindo Vázquez y don Valentín Sobrino.
Las sucursales de ambos Bancos levantaron
el acta de arqueo, que les permitió conocer la cantidad robada.
Esta fue, aproximadamente: 48.000
pesetas al Banco Santander, y 78.000 pesetas, al Banco Mercantil.
Pero ambas financieras estaban
aseguradas contra robo por atraco y por ello les será resarcida dichas
cantidades.
La calle donde están situadas las
sucursales, era la más concurrida de Astillero.
En el momento de comenzar el atraco pasó
frente a ellas un tranvía, el de las seis menos cuarto, sin que les preocupase
a los atracadores lo más mínimo que les viesen los viajeros.
La distancia de una a otra sucursal era
de cien metros.
Por entonces en la carretera de Beranga,
muy cerca de Praves, casi al coronar la cuesta de Jesús de Monte, habían sido
encontrados maniatados los choferes, José Fernández Pardo y Luis Fernández,
conductores de los automóviles 5135 y 5406, matriculados en Santander.
Fue el 21 de marzo, a las tres menos
veinte, dos individuos alquilaron el taxi conducido por Luis Fernández, para
hacer un viaje a Beranga. Junto a los Almacenes El Norte subió en otro taxi, un
individuo ocupando el asiento delantero, junto al chofer.
El auto tomó la dirección de la
carretera general, subiendo por Cuatro Caminos, donde se detuvo a tomar gasolina.
Siguieron viaje hasta Beranga, donde los
ocupantes les ordenaron detenerse. Rápidamente sacaron las pistolas y
conminaron al chofer a bajarse y monte arriba les maniataron.
Lo mismo hicieron otros tres sujetos con
José Fernández
Apoderados de los automóviles, se
trasladaron al Astillero, donde les esperaban otros dos individuos. Divididos
en dos grupos, realizaron los atracos en un plan combinado y preparado con gran
precisión.
Tras realizar el atraco y con el botín,
tomaron dirección de Santander, llegando a Cajo, junto a las tapias de la finca
del doctor Morales, donde decidieron abandonar los automóviles y trasladarse en
tranvía hasta Santander.
El día 22 muy de mañana, fueron
encontrado dos sacos conteniendo bastante cantidad de dinero en plata. En
seguida se supuso que fue la que robaron los atracadores en Astillero, y que,
al tener que abandonar los automóviles para huir, la habían dejado, con objeto
de no tener esa dificultad, que además de impedirles el andar cómodamente, les
iba denunciando su paso. Uno de los sacos, el mayor, contenía 4.440 pesetas y
el otro, 1.912, pesetas.
Tras realizar los arqueos contables en
las cajas de ambos bancos, las cantidades exactas robadas fueron:
De la sucursal del Banco de Santander,
26.372,60 pesetas. De la sucursal del Banco Mercantil, 78.861,78 pesetas, de
éstas 5.000 pesetas en planta y calderilla.
Cuando penetraron los atracadores en la
sucursal del Banco de Santander, un empleado de Bedia y Pérez, llamado Manuel
Bedia y Bedia, acababa de hacer entrega de mil quinientas pesetas, y se le
estaba extendiendo el oportuno resguardo. Este señor fue también se incorporó
al grupo de encerrados.
Un joven de Astillero, Antonio Velasco,
que se encontraba con un carro a la puerta de la fábrica de alpargatas de la
señora viuda de Palazuelos, en las inmediaciones del Banco Mercantil,
conversando con otro joven, llamado Enrique Diego. Algo extraño debió observar
el joven Velasco, por cuanto dijo a su compañero que algo anormal debía ocurrir
en el Banco, pero cuando vieron salir a los ladrones con un saco de dinero y
emprender la fuga, Enrique Diego avisó rápidamente, por teléfono, al cuartel de
la Guardia Civil.
Estos jóvenes pudieron dar las señas de
los atracadores, a los que vieron, y uno de ellos fue el que tomó el numero del
automóvil.
El atraco se venia planeándose desde
hacia días. Unos empleados de la Compañía de tranvías que prestaban el servicio
entre Santander-Astillero, habían advertido que todos los días salían dos
sujetos en el tranvía de las diez, con dirección a Astillero. Ya en este
pueblo, permanecían solamente una hora.
Otro detalle: Viajaban en asiento
distintos, no se hablaban, ni una sola vez durante el recorrido, pero uno de
ellos pagaba invariablemente, el billete de ambos.
Parece ser, que este asunto, quedo
olvidado, no llegaron a localizar a los atracadores y menos recuperar el dinero
robado.
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