En el programa de fiestas del
patrono San José del año 1988, estaba incluido un festejo taurino.
En la plaza portátil instalada en
la Cantábrica, con escasa gente, quizás por el precio de las localidades o bien
porque era un día laborable.
Una lástima, esta insuficiente
aportación de las taquillas, habida cuenta el benéfico destino de los dineros
hacia la residencia de ancianos de la localidad.
El pésimo piso de la plaza de
quita y pon, cuya blandura de la arena perjudicó casi por igual a toros y
toreros, aunque unos y otros estuvieron en todo momento por encima de esta
circunstancia.
La ganadería pertenecía a los
Montalvos, con novillos con presencia, a pesar de un ser un festival benéfico pero
el Ayuntamiento de Astillero tuvo una delicadeza de contratar ejemplares de
toros con estampa y casta.
La novillada transcurrió de la
siguiente manera, según el crítico taurino Juan Antonio Sandoval.
El primero.- El más chico del encierro,
con poca fuerza. Manso con el caballo -se quito el palo dos veces- pero ideal
para la muleta. Muy bien "El Norteño" realizando el muleteo
fundamental con gusto, buen arte y ligazón y, lo de siempre, lo que constituido
una rémora en su carrera: la espada. Todo quedó en vuelta al ruedo.
Segundo.- Con más cuajo que su
predecesor y con embestida más violenta. Con él, Julio Robles brindó un
anticipo de lo que sería colosal faena al que cerró la plaza. Trasteo
despacioso, pleno de armonía, rematado con media estocada en buen sitio (dos
orejas).
Tercero.- Ideal para la muleta,
porque llegó al último tercio con la fuerza justa y una embestida clara.
Victoriano Martin, Jr., demostró que es algo más que un torero de corte
campero, como solía ocurrir con los hijos de los ganaderos. Por el pitón
izquierdo el animal acreditó una embestida y descompuesta y el trasteo de
Victorino tuvo sus momentos más brillantes cuando se echó la mano a diestra
(vuelta al ruedo).
Cuarto.- Un castaño que salió
comiéndose cuantos capotes vislumbraba en el ruedo. Cuajado de verdad, precisó
cierta dureza en el castigo en varas que le recetó Aurelio, y un así llegó
violento a la muleta. Mérito, mucho mérito tuvo la faena de "El
Norteño" dentro de la cual se combinaron la raza del matador de Molledo
que se fajó materialmente con su oponente, y el buen arte ante el animal que no
humillaba y tiraba tornillazos por el pitón derecho. Otra vez la dichosa espada
frustó lo que pudiera haber sido apoteosis del paisano. Con todo, dos orejas a
ley.
Quinto.- Pero la apoteosis llegó
al final, cuanto Julio Robles bordó el toreo entre el entusiasmo general. No,
no había venido Julio a pasar el rato, sino a recrearse y recrear. Faena
inmaculada, de menos a más, con dos series de naturales en rueda, de auténtico
portento. Más aún, cuando el torete "se rajó" y comunicó algo así
como "no me das un pase más", el salmantino abulense, cruzándose
mucho aún le sacó otra serie con la izquierda, que mereció la aclamación Una
vez más, en tierra cántabra, Robles dejó su sello, el que ha hecho figura del
toreo. Medio estocada y el certero descabello remataron la faena lenta, ligada,
plena de plasticidad y para Julio llegó el premio máximo: dos orejas y rabo.
Los aficionados salieron más que
satisfechos. La Comisión organizadora, digamos que a medias; puso de su parte
una buena organización. Respondieron novillos y lidiadores. Pero hubo poco
público.
Al final, se celebró una suelta
de vaquillas para aficionados.
Habría que destacar en este
festejo la presencia de una de las figuras del toreo, el salmantino Julio
Robles, quien fue uno de mis ídolos taurino y a quien le he visto unas cuantas
veces en el corro de Cuatro Caminos.
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