Las conocidas embarcaciones llamadas "pinazas" se
utilizaron mucho como transporte de cañones desde el paraje de la ría de Tijero
a Santander y al Real Astillero de Guarnizo en otras ocasiones.
Las pinazas llevaban maderas y diversas mercancías, llegando
a salir fuera del puerto para hacer cabotaje y a artillarse con un cañón a proa
para la vigilancia y defensa a la entrada de los puertos en periodo de guerra.
Estas antiguas embarcaciones de vela y remo propia de la
costa Cantábrica, su nombre de pinazas se deriva de la palabra Pino, porque
estaban construidas casi exclusivamente de esta clase de madera y eran por
consiguiente muy ligeras, aunque no muy sólidas. Eran las pinazas largas
estrechas, ligeras y de popa cuadra y llevaban tres palos.
Eran embarcaciones que formaban aproximadamente diez
tripulantes a remo.
La navegación sobre las
aguas de la ría de Heras o de Tijero, adquirió gran intensidad durante el
apogeo de las fábricas de artillería de Liérganes y de La Cavada, en la segunda
mitad del siglo XVIII cuando los maestros santanderinos del Noble Cabildo de
San Martin de la Mar utilizaban "sus embarcaciones de 26 pies de quilla
que cargan en bonanza como doscientos quintales y sirven para la batería para
la introducción y extracción de los Reales bajeles en el puerto y para los del
comercio, con notorio exceso de las lanchas menores y aun las pinazas aquéllas
por su debilidad y a éstas porque no pueden manejar el remo para las maniobras
necesarias a virar de pronto, de efecto de bordear cuando era necesario,
haciendo con ellas demás de pesquería, los trabajos referentes al real servicio
y los de lastrar y deslastrar y hacer cargas y descargas para los comerciantes.
Las pinazas del Cabildo
de San Martin conducían la artillería procedente de las citadas fábricas
montañesas al Real Astillero de Guarnizo para poner cañones de distintos
calibres en los navíos de guerra allí construidos o en los veleros del comercio
que se armaban con la finalidad de hacer el corso contra los enemigos de la
Corona de España. Otras veces iban con artillería diversas hasta Santander, en
cuyos muelles se embarcaba después al Ferrol y a otros puertos de España y de
sus colonias.
Muy usadas en nuestros
puertos de Cantabria, las pinazas tenían hasta 18 toneladas, careciendo de
cubierta, y a veces "se realzaban" en los astilleros para ser
convertidas en quechemarines. (en las ordenanzas del Cabildo de San Martin de
la Mar de la villa de Santander, ordenaba que las pinazas que se avíen de ir en
esta villa a las pescas de los besugos, tengan cada una quince codos de quilla
en llano, sin codaste, y la que tuviera menos no pueda ir a la dicha pesca).
El 31 de octubre de
1854, el constructor particular y vecino del Astillero de Guarnizo, don Antonio
Vena, botaba al agua una pinaza y cobró doce mil reales de vellón por ella,
siendo de las características siguientes: 53 pies de eslora, 50 de quilla, 30
de manga y 5 y medio de puntal hasta los topes de los armazones, dando un arqueo,
según la medición oficial del maestro Aberasturi, de 18,42 por 100 toneladas.
Para transporte artillería
desde el puerto de Santander al del Ferrol en la fragata de la matricula local
"San Juan Bautista" alias "Diana Meridional" se ultimó un
contrato entre el contador comandante oficial de nuestra provincia marítima y
don Guillermo Calderón, dueño de la mencionada nave, el 13 de julio de 1824,
conviniéndose llevar "la artillería existente en La Cavada que haya
sufrido la prueba de ordenanza según la Real Orden del 7 de abril de 1823,
debiendo transportar hasta 110 cañones de 36, que estarán puestos en el
embarcadero de Tijero, siendo de peso cada uno de 66 quintales y medio,
cobrando el armador por fletes seguros y detrimentos 69.918 reales de vellón,
iniciándose el viaje al primer tiempo oportuno y hacer la descarga dentro del
término de 10 días, abonándose además 260 reales diario para manutención de los
tripulantes, que se estipulaba en cuatro reales para los marineros y en ocho
para los oficiales.
Durante los primeros
años del siglo actual seguía utilizándose para transportes la ría de Heras
llegando barcazas, lanchas y gabarras hasta el final de ella y en la parte
lindante con la carretera de Santander a Bilbao, al pie de las estribaciones
del monte Cabarga.
Por después, los fangos
procedentes del lavado de los minerales de hierro vertidos en esta ría
redujéronla muy considerablemente en su extensión y calados, como aconteció por
iguales causas con la de Solía o de San Salvador y con la de Boo o de Revilla,
que desembocan también en la bahía santanderina.
Poco antes de reunirse
en la bahía santanderina la gran flota de Menéndez de Avilés en 1574, acordaba
el Ayuntamiento de la villa en 31 de abril que dos pilotos se encargasen
"de prevenir las pinazas de gentes para cuando viniere la armada" y
en otra reunión del indicado año y en 5 de junio "se manda que las pinazas
de esta villa que ayudan a las naos que se metan en el puerto estén puestas
para que salgan pronto".
Fueron insuficientes en
número las pinazas santanderinas que debían de dar remolque a las naos de Pedro
Menéndez Avilés para entrar en el puerto y por ello el Consejo santanderino había
acordado en 3 de junio de 1574 "nombrar al licenciado Diego de Arce,
corregidor, para que vaya en las pinazas que son prevenidas a poner pilotos de
los navíos de la dicha armada y traerlas a esta dicha villa".
El 26 de marzo de 1837,
y a consecuencia de un acuerdo tomado por la Junta de Guerra de nuestra
provincia, se firmó un contrato entre don Zoilo Quintanilla, vecino y del
comercio de Santander, y los matriculados en el puerto de Santander, Juan de
Ribas, Gregorio de Ajo y Juan Escobedo, como patronos y dueños de pinazas del
tráfico, para conducir hasta los muelles de nuestro puerto desde Tijero
"ciento treinta cañones de todo calibre, siendo de cuenta de Quintanilla
el ponerlos a bordo", estipulándose en la cláusula segunda que "se ha
de verificar la conducción desde el día en que se avise haber ya en Tijero
cañones con un día de anticipación, sin que lo impidan las mareas muertas ni días
feriados, en términos que si no se pudiesen cargar cuatro, se conducirían dos o
uno solamente para evitar perjuicios al empresario.
En todo caso se
avisarán los patronos comparecientes a Quintanilla, obligándose éste, según la
clausula 3ª, a facilitar "los polines o rodillos necesarios para que no se
maltraten las pinazas debiendo ser de cuenta de sus patronos la conducción
desde un principio y consecuente todos los que se necesiten para el recibo y
colocación en el terraplén del muelle, entendiéndose por del grueso y tamaño
propio de los de su clase y nada más; de modo que ellos no priven la traída del
número de cañones que ordinariamente puede cargar las pinazas quedando éstas
marineras".
La cláusula 5ª
especificaba que si se perdiera "alguna marea en Tijero y más de una en
Santander por falta de auxilios necesarios para la carga y descarga que son de
cuenta de Quintanilla, se abonaran cincuenta reales a cada pinaza y por cada
marea y conviniéndose también en la 6ª que en el desgraciado caso que las
pinazas sufrieran algún daño al tiempo del embarque o desembarque de la artillería
por efecto del pescante o machina y demás aparejos, se ha de abonar a los
patronos por el empresario Quintanilla el que resulte según juicio de
inteligentes.
El precio que había de
pagarse por cada cañón conducido sería el de 45 reales vellón verificando dicho
pago cada ocho días en que hayan realizado la descarga para lo que así como en
las operaciones de la carga deberá tener Quintanilla la gente necesaria, tanto
en Tijero como en Santander.
(fuente Revista
Altamira 1959, por Fernando Barreda)
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