En junio de 1975, se dijo adiós a
la palmera de la finca de Guereta y con ella una parte histórica de Astillero.
Por el año 1975, había un señora
doña Leonor Cuesta, esposa de don Felipe Castillo, el de La Navarra,
manifestaba que ella siendo niña, había visto plantar la famosa palmera de la
finca de Guereta.
Por lo tanto, según los años de
dicha señora, los cálculos eran que dicha palmera tuviese mas de cien años.
Era famosa y quien no al pasear
por la calle de Venancio Tijero, se detenía ante la portada de la finca para
admirar su señorial acceso y, a la vez, dirigirse la vista hasta las nubes,
siguiendo el tronco de la altísima palmera que terminaba en un gracioso
penacho.
A esta palmera y al paseo de
plátanos que junto a ella hermoseaba la finca y que también ha seguido igual
suerte, cantaba a plenos pulmón en sus ejercicios mañaneros Miguel Fleta, el
heredero del trombo que, dejó vacante el roncalés Julián Gayarre a su
fallecimiento el 2 de enero de 1890. Corrían por entonces los años treinta,
cuando el número de los tenores coincidían, por los veranos con el patriarca de
las Indias, en la finca de los Guereta.
Tras la desapareció de la palmera,
ya poco quedaba del patrimonio artístico forestal en el pueblo. Fue primero, la
famosa cagiga del Salón Cortabitarte; después los castaños de La Planchada y
ahora la palmera.
Tenía
fuerte raigambre
la
palmera de Astillero,
había
echado raíces muy profundas en su suelo.
Ya
todos la veneraban
como
reliquia del pueblo,
algo
así como una abuela
esplendente
de recuerdos
De
recuerdo sano y puro,
que
anida en el corazón
y
que ahora volatea
produciéndonos
dolores
Un
dolores dulce y callado
multitudinario
y fuerte,
que
ha hecho mella en la memoria
caudalosa
de la gente
Todo
se va transformando
moral
y físicamente,
personas
y cosas se van
poco
a poco, lentamente.
Todo
lo malo y lo bueno
va
cayendo sin secar,
el
martillo de los siglos
no
deja de machacar
Acacias
de Revigonte,
la
fuente murmuradora
y
esa encina solitaria
que
expande fulgor de auroras.
Todo
aquello que resuma
belleza
y solemnidad
se
va sumiendo en el tiempo,
se
funde en la eternidad.
Esta
es la ley de la vida,
nadie
escapa a su verdad.
Y
todo nos pertenece,
es
parte de nuestro ser
y
el corazón se rebela,
no
acaba de comprender.
Sangre
de la tierra herida
que
nos hace padecer
Ahora
le tocó su vez
a
esa bonita palmera
centenaria,
pero altiva
en
olor de primaveras.
Y
ha caído con honor
arrancada
por la fuerza.
(Estremecimiento
mutuo
de
la palmera y la tierra)
y
el silencio hecho pedazos
ornado
con hierba fresca.
Ha
sido sobreviviente
en
el jardín de Guereta,
en
la mansión señorial
donde
ensaya Miguel Fleta.
El
progreso la ha matado,
no
podemos evitarlo...
Dediquémosle
un ¡adiós!
con
recuerdo emocionado
Magnifica
poesía de don Gregorio Arteaga
Ya sólo quedaba el árbol
histórico, la encina de la finca de Jimenez, esa encina de más de cien años.
Cuando se replanteó la carretera
de Santander a Bilbao, se la hizo tomar una suave y amplia curva, según unos
para respetar la naturaleza y evitar los gastos que suponía su derribo y la
consiguiente desaparición del tronco.
Si Obras Públicas entonces hubiese dispuesto del
artefacto utilizado para hacer desaparecer en un santiamén la palmera gigante, la
amplia y larga calle de la Industria que hasta el establecimiento de las
fábricas de petróleo se llamaba del Coterón, sería totalmente derecha.
La desaparición de la antigua encina
fue en los año 80.
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