En octubre de 1934, Santander se
encontró con la huelga general revolucionaria.
El 5 de octubre de 1934, en Astillero se
circuló el rumor de que en Santander se había cerrado el comercio por la tarde
y se temía que no hubiera trenes de regreso para Astillero, por cuyo motivo
algunos viajeros renunciaron ir a la capital.
Ese día en Astillero no hubo ninguna
novedad, cerrándose los comercios a la hora de costumbre y los establecimientos
de bebidas, por orden de las autoridades, una hora antes de costumbre.
Algunos grupos y grupitos de jóvenes
celebraron la proximidad de la huelga revolucionaria cantando el moderno himno
socialista del "puño cerrado", hasta las diez de la noche en que cesó
toda clase de ruidos.
El vecindario se acostó con la
preocupación del día siguiente e intrigadísimo al extremo.
El sábado 6, se abrió el comercio a la
hora de costumbre, pero apenas se habían comenzado a abrir las puertas y quitar
tableros y correr las persianas, un grupo de jóvenes menores de edad,
comenzaron a repartir unas tiras de papel escritas a máquina dentro de unos
sobres blancos, que decían: "Ordenamos a usted al cierre de su
establecimiento al recibo de la presente" y estampado ovalado que ponía
"Frente único obrero" Comité local. Astillero.
Detrás de dicho grupo venia otro de
jóvenes de 22 a 27 años que observaban si se cumplían las "ordenes".
Dicho grupo se aproximó a la Plaza de
Mercado y esperó a que salieran las personas que había en el interior
abasteciéndose de carne, no permitiendo la entrada a ninguna otra y, cuando
salió la última compradora, cerraron llevándose la llave, quedando en el
interior los tablajeros preparando la carne para meterla en las refrigerados.
A la nueve de la noche se había
congregado un numerosísimo grupo de gente en la calle de San José, frente al
Ayuntamiento, comentando y hablando de la situación, dispersándose más que a
prisa al oír "ahí vienen los de Asalto", porque se aproximaba un automóvil.
A las doce de la noche se anunció un
incendio en la iglesia de San José.
El público, hombres, mujeres y jóvenes
de todas categorías, sin distinción alguna, contribuyeron con los bomberos a
sofocar el siniestro empleando todos los medios que tuvieron a su alcance.
El fuego fue iniciado en la sacristía,
habiendo empleado los autores dos bidones de cinco litros de gasolina que
derramaron por la ranura de la puerta y que se extendió al piso del local
prendiéndole fuego.
Los daños fueron de escasa importancia.
En la estación de Astillero, se había
intentado quemar el tren de viajeros que se hallaba en la primera vía preparado
para salir por la mañana, en el cual y en uno de los vagones de segunda, habían
colocado unas pajas impregnadas de gasolina debajo de dos asientos que habían
comenzado a arder.
La oportunidad providencial de salvar a
ambos trenes así como tal vez al mismo edificio de la estación fue el haber
observado una de las hijas del jefe de la misma, don Samuel Pérez, el merodear
de dos o tres individuos, que la produjo duda y recelo, avisando a su padre,
quien bajo rápidamente y lo puso en conocimiento a las autoridades.
Los daños fueron de escasa importancia.
El domingo 7, en un día esplendido salió
el vecindario a la calle acudiendo a la misa mayor, más fieles que de
costumbre.
A la salida de misa el público presenció
el traslado de las armas de fuego y de caza existentes en el establecimiento
del industrial don Valeriano Gutiérrez, que trasladaban dos de sus hijos a la
Casa Cuartel, siendo escoltados por dos parejas de servicio. Fue una
determinación digna de elogio por parte de dicho industrial, para evitar
complicaciones.
El día 8 lunes, apenas se había
comenzado a abrir los establecimientos, la plaza de Mercado y colocado cuatro o
seis puestos alrededor, se personaron unos cuantos obreros quienes ordenaron
retiraran los géneros y se marcharan, así como a los comerciantes a que
cerraran sus tiendas. A los tablajeros les permitieron vender hasta el mediodía,
siguiendo cerrado el comercio en general.
Por la tarde se recibieron órdenes
opuestas, de la autoridad militar con mando en plaza, dadas por el teniente
señor Cecilia, para que el comercio abriese sus puertas como de costumbre hasta
las seis de la tarde y comprometiéndose a garantizar la libertad de
contratación o compra-venta, a partir del siguiente día.
A las diez de la mañana se publicó el
Bando Militar enfrente de la Casa Consistorial estando la fuerza de carabineros
al frente de su jefe, el teniente don Sebastián Cecilia. Al terminar un joven de
21 años, vecino de Astillero profirió un grito de "Viva la revolución
social". Acto seguido y ante el temor de que diera lugar a una alteración
del orden público, la fuerza disparó dos tiros al aire para despejar y evitar
los grupos que se iban haciendo compactos en extremo en contra de las
disposiciones ordenadas.
El martes 9, el comercio, con la
garantía ofrecida la tarde anterior, abrió sus puertas con la natural
precaución del caso, sin descubrir los escaparates.
El día transcurrió con tranquilidad, pendientes
sólo de la incertidumbre del resultado de la revolución.
Miércoles día 10, con las mismas
características que el día anterior.
Día 11 jueves, toda seguía igual,
excepto el saberse que los obreros de la CAMPSA tuvieron que volverse sin
trabajar.
Se comentó que una comisión de obreros
se entrevistarían con el director, siéndoles advertido que nada podían hacer en
el asunto y que lo verificarían ante el gobernador civil de la Provincia.
Circuló el rumor, que los referidos
obreros de la "CAMPSA" se hallaban despedidos de la fábrica y demás
departamento de la Compañía.
La tarde transcurrió sin otra novedad.
Por la noche, sobre las nueve y media,
se sintieron tres fuertes detonaciones, producto del estallido de tres bombas
colocadas en el puente de hierro existente entre San Salvador y Astillero, que
produjo algunas averías.
Las tropas de guarnición en este puesto
acudieron seguidamente al lugar del siniestro y comenzaron a hacer
averiguaciones para detener a los autores de la colocación de las bombas, sin
resultado alguno.
El 12 viernes, abrió el comercio y las
calles más animadas.
A las diez y media detuvieron a uno de
los componentes del Comité de huelga. Poco después se supo que la fuerza estaba
buscando a los demás compañeros, ingresando hasta diez, que estuvieron
detenidos en la casa cuartel y después fueron conducidos a Santander a
disposición de la superioridad.
El sábado 13, volvieron abrir los
comercios, ya un poco más confiados y más optimistas.
El domingo 14, desde la nueve de la
mañana, acudieron a misa infinidad de fieles, los trenes, casi llenos de
público circularon todo el día sin interrupción de ningún género y sin
registrarse ni el menor incidente.
Por la tarde, los cafés y
establecimientos de bebidas se vieron muy animados.
En el Teatro Bretón tuvieron lugar dos
sesiones de cine.
El día 15 lunes, los trabajadores de CAMPSA,
se volvieron para sus casas. Les dijeron que seguían despedidos y que estaba el
asunto en tramitación.
El único movimiento de obra que se había
visto el viernes y sábado anterior, de esta Empresa, fue el circular algunos
camiones-cisternas para abastecer los depósitos de gasolina, conducidos por
personal de la "Cántabra" y debidamente custodiados por las fuerzas
militares.
El mercado semanal se había celebrado
sin novedad alguna, acudiendo bastante número de vendedores ambulantes. El
comercio abrió sus puertas como en los mejores tiempo y sin ser molestados, ni
coaccionados por nadie.
En la fecha 28 de octubre, en la "CAMPSA"
seguían con la paralización de trabajo, a excepción de algunos que venían
realizando dicha factoría, con empleados de la misma, supliendo aunque
deficientemente, por la falta de obreros.
Aún no se había dado órdenes de
reintegro y que seguían trabajando con algunos empleados y cuatro obreros
nuevos que habían sido admitidos.
Las mujeres que trabajaban en dicha factoría,
acudían las dos horas de entrada al trabajo diariamente, con el deseo de que
serían incorporadas nuevamente a la reanudación de sus cuotidianas labores en
la misma, sin resultado.
En ella, se encontraban algunos soldados
prestando los servicios encomendados a los mismos.
Se esperaba con ansiedad infinita por
los vecinos la resolución del asunto, que iba a resolverse en la Dirección en Madrid, de donde
han de ser remitidas las órdenes recibidas de la superioridad con relación al
conflicto planteado, con motivo de los sucesos pasados.
El 2 de noviembre, se daba la buena
noticia, de la normalidad en el trabajo en la factoría de CAMPSA.
El miércoles último, ingresaron nueve obreros
de los despedidos, entre ellos: Braulio San Emeterio, Ricardo Martinez, Domingo
Garcia, Juan Marcos, Francisco Martinez, Joaquin Hazas y Carlos San Emeterio.
Además de estos siete obreros y dos más,
se incorporaron otros dos obreros de nueva entrada.
El lunes último 20, fueron llamados
otros veintinueve obreros antiguos, llamados: Liborio Hermana, Santiago Sierra,
Andrés Diez, José Vega, Saturnino Cabrera, José Tagle, Tomás Benavente, Paulino
Iturzaeta, Pedro Puente, Fulgencio Fernández, Florencio Calderón, Maximino
Santiago, José Moreno, Manuel Bedia, Lorenzo Tamayo, Manuel Placer, Miguel
Velasco, Pedro Fernández, Daniel Mucientes, Anselmo Méndez, Pedro Arnuero,
Narciso Collantes, Manuel Alvarez, Vicente Laza, Saturnino Castanedo y Manuel Tagle.
Fueron casi a todos ellos admitidos
previo contrato de trabajo suscrito y firmado individualmente, por el cual
habrían que regirse.
En el ambiente se respiraba satisfacción
por haberse encauzado la normalidad en dicha factoría.
Todos los obreros referidos e ingresados
fueron reconocidos previamente por el doctor señor Nieto, encargado de este
requisito previo.
Debieron de ser esos días muy
complicados para el pueblo de Astillero y con la preocupación que habrían
estado conviviendo todos sus vecinos.
En cuanto a la factoría de CAMPSA, más
aún las preocupaciones y especialmente en mi familia, pues mi abuelo, Angel
Vega Hontavilla, en esas fechas era
empleado de la misma.
Mi padre, trabajaba en la "Cántabro Montañesa"
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