viernes, 1 de julio de 2022

ASTILLERO la palmera de la finca de Guereta

 







En junio de 1975, se dijo adiós a la palmera de la finca de Guereta y con ella una parte histórica de Astillero.

Por el año 1975, había un señora doña Leonor Cuesta, esposa de don Felipe Castillo, el de La Navarra, manifestaba que ella siendo niña, había visto plantar la famosa palmera de la finca de Guereta.

Por lo tanto, según los años de dicha señora, los cálculos eran que dicha palmera tuviese mas de cien años.

Era famosa y quien no al pasear por la calle de Venancio Tijero, se detenía ante la portada de la finca para admirar su señorial acceso y, a la vez, dirigirse la vista hasta las nubes, siguiendo el tronco de la altísima palmera que terminaba en un gracioso penacho.

A esta palmera y al paseo de plátanos que junto a ella hermoseaba la finca y que también ha seguido igual suerte, cantaba a plenos pulmón en sus ejercicios mañaneros Miguel Fleta, el heredero del trombo que, dejó vacante el roncalés Julián Gayarre a su fallecimiento el 2 de enero de 1890. Corrían por entonces los años treinta, cuando el número de los tenores coincidían, por los veranos con el patriarca de las Indias, en la finca de los Guereta.

Tras la desapareció de la palmera, ya poco quedaba del patrimonio artístico forestal en el pueblo. Fue primero, la famosa cagiga del Salón Cortabitarte; después los castaños de La Planchada y ahora la palmera.

 

Tenía fuerte raigambre
la palmera de Astillero,
había echado raíces muy profundas en su suelo.
 
Ya todos la veneraban
como reliquia del pueblo,
algo así como una abuela
esplendente de recuerdos
 
De recuerdo sano y puro,
que anida en el corazón
y que ahora volatea
produciéndonos dolores
 
Un dolores dulce y callado
multitudinario y fuerte,
que ha hecho mella en la memoria
caudalosa de la gente
 
Todo se va transformando
moral y físicamente,
personas y cosas se van
poco a poco, lentamente.
 
Todo lo malo y lo bueno
va cayendo sin secar,
el martillo de los siglos
no deja de machacar
 
Acacias de Revigonte,
la fuente murmuradora
y esa encina solitaria
que expande fulgor de auroras.
 
Todo aquello que resuma
belleza y solemnidad
se va sumiendo en el tiempo,
se funde en la eternidad.
Esta es la ley de la vida,
nadie escapa a su verdad.
 
Y todo nos pertenece,
es parte de nuestro ser
y el corazón se rebela,
no acaba de comprender.
Sangre de la tierra herida
que nos hace padecer
 
Ahora le tocó su vez
a esa bonita palmera
centenaria, pero altiva
en olor de primaveras.
 
Y ha caído con honor
arrancada por la fuerza.
(Estremecimiento mutuo
de la palmera y la tierra)
y el silencio hecho pedazos
ornado con hierba fresca.
 
Ha sido sobreviviente
en el jardín de Guereta,
en la mansión señorial
donde ensaya Miguel Fleta.
 
El progreso la ha matado,
no podemos evitarlo...
Dediquémosle un ¡adiós!
con recuerdo emocionado

 

 
Magnifica poesía de don Gregorio Arteaga

 

 

  

Ya sólo quedaba el árbol histórico, la encina de la finca de Jimenez, esa encina de más de cien años.

Cuando se replanteó la carretera de Santander a Bilbao, se la hizo tomar una suave y amplia curva, según unos para respetar la naturaleza y evitar los gastos que suponía su derribo y la consiguiente desaparición del tronco.

Si  Obras Públicas entonces hubiese dispuesto del artefacto utilizado para hacer desaparecer en un santiamén la palmera gigante, la amplia y larga calle de la Industria que hasta el establecimiento de las fábricas de petróleo se llamaba del Coterón, sería totalmente derecha.

La desaparición de la antigua encina fue en los año 80.

 

 

 









 


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