viernes, 8 de octubre de 2021

ASTILLERO en el incendio del 19 abril de 1929

 









En esos años 20, cuando se producía un incendio, causaba alarma y se publicaba en la prensa local como noticia, como así fue los incendios que en la provincia sufrieron en esas fechas y especialmente en el pueblo de Astillero.

El 19 de abril de 1929, toda España, sufrió muchísimos incendios provocados todos por el fuerte viento Sur, entre ellos la provincia de Santander.

También se produjo en el pueblo de Astillero, que tuvo en alarma a toda la vecindad, varios días.

En las últimas horas de la noche del día 19, se recibieron noticias alarmantes en la ciudad de Santander, comunicando que en el pueblo del Astillero, se había declarado un violento incendio, que ya había hecho presa casi totalmente en un edificio y amenazaba propagarse a otro colindante, habitadas ambos por familias bastante numerosas.

Como el viento Sur soplaba durante esa noche con más intensidad que por la tarde, surgieron las dificultades para que los bomberos santanderinos abandonaran la ciudad que las que se habían producido por la montaña, con motivo de los incendios de Pedrosa y Torrelavega.

Se acrecieran esas dificultades por la falta de la maquina y haber quedado reducido el número de bomberos a causa de la catástrofe de Heras, y por hallarse otros cumpliendo el deber de velar los cadáveres de sus compañeros en el Hospital, aparte de haber sido preciso reforzar los retenes en la capital.

Sin embargo, por si la autoridad superior disponía que los bomberos saliesen para Astillero, se constituyó el personal en los parques al mando de los jefes respectivos. Pero como el viento Sur aumentase e hiciera temer que se convirtiera en catástrofe cualquier incendio que pudiera producirse en Santander, caso de no haber bomberos en la ciudad, se dispuso que no saliesen.

Antes, el gobernador civil y el alcalde, celebraron una reunión con los jefes de bomberos, y éstos, después de examinar el material de que se disponía en ese momento, comunicaron a dichas autoridades que no asumían la responsabilidad de lo que pudiese ocurrir en la población si la abandonaban y se declaraba un incendio, que esa noche por el viento, había de ser pavoroso.

Visto el informe de los técnicos, las autoridades convinieron en que los bomberos no abandonasen Santander, y siguieron examinando la forma de prestar el auxilio más eficaz posible al pueblo de Astillero.

El incendio ocurrido en dicho pueblo fue descubierto a las once de la noche por don Elisardo Sainz, que pasaba en auto por aquel lugar para dirigirse a Beranga.

Observó el señor Sainz que en la parte alta de la casa del barrio de la Industria, situada frente al Centro Obrero, salían chispas en abundancia. Se apeó del coche y con una piedra golpeo la puerta repetidamente, causando con ello la alarma de los vecinos, quienes al saber que había fuego en la casa, presa de enorme alarma, abandonaron las viviendas.

El señor Sainz no limitó a esto su intervención, sino que, en compañía de algunas personas que conservaron la serenidad, comenzaron a salvar a los niños que habitaban  la casa incendiada e ignorando que la tragedia se cernía sobre sus cabezas.

Cundió la alarma en el pueblo y se personaron en el lugar del incendio, las autoridades, la Guardia civil, los bomberos de Astillero y numerosas personas, comenzándose los trabajos de extinción con los escasos rudimentarios medios con que contaban en el pueblo.

Se tendió una manguera, que se nutría con agua transportada por un camión-aljibe de la llamada Fábrica Nueva. También se organizó el servicio de la cadena humana para transportar cubos de agua, que se arrojaba sobre la casa.

Todo eso era insuficiente. Las llamas habían hecho presa en todo el edificio, que ya estaba totalmente perdido, y empezaban a lamer la pared medianera que separaba a los dos edificios.

Una nube de pavesas que el viento arrastraba del edificio hacia difícil el paso por la carretera y ponía enormes trabas a los trabajos de extinción.

Los vecinos de las casas inmediatas, justamente alarmados y temiendo la propagación del incendio, sacaron sus ajuares a la calle.

El cuadro era conmovedor. Los inquilinos de las casas en peligro se habían refugiados en distintos lugares y en la casa de Modesto Cruz.

No había modo de extinguirse el fuego, ni de localizarle, a pesar de los esfuerzos tan heroicos como estériles de los bomberos que, con exposición de sus vidas, no cejaron en su noble propósito de hacer frente a la voracidad del incendio, que iba destruyendo el edificio.

La casa destruida era de dos pisos y su propietaria era la señora viuda de Pardo, que habitaba en el primer piso. En el segundo vivía un obrero forastero, con varios niños y que tenia de pupilos a otros obreros. En una de las habitaciones de éstos, fue donde se declaró el incendio, cuyas causas se desconocían en esos momentos.

En la parte baja de la casa había un garaje en el que se guardaba un auto, que pudo ser puesto a salvo. Contiguo al garaje había una alpargatería, cuyas existencias pudieron ser libradas de ser pasto de las llamas.

A última hora de la madrugada, el incendio continuaba, y el viento Sur seguía soplando con fuerza y no podía calcularse la magnitud que alcanzaría el siniestro.

Transcurrieron varias días en sofocar el siniestro.

 










 


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