viernes, 20 de julio de 2018

SERVICIO DE BARCAS ASTILLERO-PONTEJOS.





 (del libro Astillero Historia Gráfica)





 (del libro Astillero Historia Gráfica)









El servicio de las barcas que trasladaban viajeros de Astillero a Pontejos, era muy conocido y quién no tiene recuerdos de estas travesías.

Aquel que solicitaba el servicio, pronunciaba la palabra ¡barqueroo! y rápidamente le contestaban ¡va!

Sobre la superficie del agua un lanchón chato se deslizaba a golpe de remo hasta la orilla opuesta, y en unos minutos después el viajero había atravesado la ría, y todo al módico precio de unos céntimos que, incluso tiempos en que éstos tenían, al menos para los vecinos de Pontejos, carácter de absoluta voluntariedad.

Al principio se hacían las travesías en un lanchón, casi sin quilla, propiedad de la Junta Administrativa del pueblo de Pontejos. a golpe de remo de una a otra orilla. Por entonces no había muelles de atraque, sino unas rampas de madera que partiendo de tierra firme se centraban en el mar, siguiendo la bajamar, las cuales se utilizaban para embarque y desembarque de pasajeros y mercancías, luego ya se hicieron el muelle de piedra que ahora existe.

Pasados los años, fue dotado el servicio de magnificas motoras, lo que dio como resultado el que fuera más rápido el servicio, cómodo y más seguro, con un horario convencional, al que los usuarios tenían que atenerse.

Esto hizo "mella" a los pasajeros, acostumbrados hasta entonces en que los servicios no tenían horarios y se hacían de una manera constante, aunque fuera con una sola persona.

El día de la bendición de las nuevas embarcaciones con motor, fue un verdadero acontecimiento en los muelles de Pontejos.

Pero desde entonces ha pasado mucho y han sido más los vientos que han azotado la estrecha garganta que el mar forma entre el pueblo de Pontejos y el de Astillero.

Las cosas han cambiado con el tiempo y las circunstancias de la vida. Aquellas feas barcazas, inseguras, además, por su casi absoluta carencia de quilla, se había transformado en motores de grácil silueta, impulsadas por trepidantes pistones, regidas en su breve travesía por lo implacable de un horario convencional, y a él había que atenerse, esperando, pacientemente en los espigones de los muelles de hormigón construidos en ambos márgenes de la ría, que antes eran unas difíciles rampas de embarque y desembarque.

Han transcurrido mucho tiempo desde entonces. Cuantos patrones se han sucediendo a popa de lanchones y barquías, empuñando el timón..

En la memoria de los más viejos de estos pueblos ribereños se han perdido nombres y fechas; muchos de ellos aseguran que el servicio de barcas entre Astillero y Pontejos es tan viejo como la ría misma y su estampa.

Hubo ciertos años por entonces, existía gran interés entre los vecinos de Pontejos por quedarse con el servicio de la barca, pese a que sólo pagaban los pasajeros cinco céntimos, si eran forasteros, ya que los del pueblo estaban exentos de este requisito y pagaban a voluntad.

La subasta para explotar el servicio se hacía anual y se concedía al mejor postor, llegándose a poner en aquellos tiempos las mil o más pesetas, e incluso las dos mil en alguna ocasión.

Eran curiosas las subastan: Se reunían todos los aspirantes en un tendejón que había cerca del puerto con el presidente de la Junta Vecinal del pueblo y el cabo de mar de los carabineros. El presidente pedía la primera proposión y una vez dada iba subiendo paulatinamente hasta que entraba en juego la "cuarta" y la "diezma"; momento éste en que la competencia se veía de verdad con las últimas ofertas. Sino surgía la "diezma", el que daba la cuarta parte más de lo ofrecido aseguraba la explotación.

Se llegaba incluso a dar una oportunidad por si quedaba un postor. Entonces el presidente encendía una cerilla y ya se sabía, el que ofreciera la décima parte sobre el total, incluida la "cuarta" antes de que el fosforo se apagara, pasaba a ser el barquero oficial.

A veces se esperaba hasta que el presidente se quemara los dedos. Por este procedimiento, la última vez que se subastó la barca se pagaron dos mil pesetas.

De  los primeros barquereños, uno fue Marcelino Diez, ya en el año 1922 y estuvo alrededor de más de 35 años.

Los horarios de servicio, era de 6 de la mañana a 10 de la noche, con relevos entre los barqueros que formaban la sociedad.

Esta figuraba con arreglo a lo que exigía la Comandancia de Marina de dos barqueros y un patrón examinado. En aquellos años estaban Marcelino Vayas, Jesús Cavadas y Marcelino Diez.

Llegaron a tener la competencia en el servicio, que duró muy poco, ya que se unieron incorporándose a la sociedad, los hermanos Germán y Enrique Méndez, además del sobrino, Aurelio Llama.

El trabajo era duro, sobre todo en invierno, siendo lo más temible los temporales del viento Sur, para los barqueros y para los pasajeros.

A veces no se podía hacer la travesía por este motivo y la gente con gran pesar, se veía obligada a dar la vuelta por Heras para llegarse hasta Astillero, teniendo que regresar al pueblo si persistía el temporal, haciendo el mismo recorrido.

Aparte de los viajeros, también trasladaban mercancías de toda clases, animales, materiales de construcción, en fin de todo.

Las vacas y los "bocoyes" de vino lo hacían por su cuenta, las primeras amarradas por los cuernos al costado de ésta nadando y con el rabo fuera del agua, también agarrado por aquello de que dicen se ahogan estos animales por el sitio más próximo a este apéndice.

Los barriles de vino que hacían unas cuarenta cantaras flotando.

Hubo importantes personajes que hicieron la travesía en sus tiempos, banqueros, políticos, directores de Pedrosa, como los doctores Morales, Buenaventura, Muñoz y Aguilar, médicos, obispos, militares, el teniente coronel don Eduardo Prado. Por los años 24 o 26, don Ramón Franco, Ruiz de Alda y el mecánico-aviador Rada, que aterrizaron por aquellas fechas con un hidroavión en la finca de los Herrera de Pontejos.

Los días que más gente pasaban, era los lunes al mercado de Astillero, junto a los jueves y domingos con las visitas a los enfermos de Pedrosa.

En temporada estival, los domingos, se incrementaba el número de pasajeros con la juventud que de los pueblos limítrofes pasaba al Astillero y de este mismo pueblo acudía al baile que había en Pontejos llamado "La Flor de la Sierra".

Después de estos barquereños, le siguieron otros como José Cifrián, luego Casimiro Gómez,. Donato Díez, Francisco Bedia y algunos más.

Después de la jubilación estuvieron José (hijo de Jesús) y Lino (hijo de Nino), varios años, junto a Jesús Ladislao y Aurelio Llama, hasta que lo cogió Gabriel Tricio, de de Pedreña. Este fue el último y lo dejó cuando se inauguró el puente

Uno de los más ilustres barqueros, fue Jesús Cavada, quien estuvo treinta y cinco  empuñando el timón: Chus, era muy popular, con su aspecto típico del viejo lobo de mar.

El amigo Chus, contaba que por entonces eran otros tiempos, había gran lucha entre los vecinos por quedarse con el servicio de barcas, ¿y eso que sólo se pagaban cinco céntimos?

Chus termino sacando permiso de la Comandancia y a partir de aquel momento, treinta y cinco años remando con fuerza contra los toletes, empuñando el timón. Ha soportado vientos, lluvias, granizos....

 De cinco de la mañana a diez de la noche en servicio permanente.

A este viejo marino se le recuerda siempre sentado alegre en la popa, describiendo una parábola perfecta para atracar, poniendo la proa en dirección ya de la orilla opuesta, listo para partir de nuevo. Todos le conocían por sus famosas "cabalgadas" cara al sur.

En algunas fechas, el horario se mantuvo hasta esperar el último tren de la noche; aunque en tiempo de los romos lanchones se acababa el servicio al anochecer y quien quería llegar al pueblo a hora más avanzada o lo hacía por Heras, dando toda la vuelta o se aventuraba a través del "Caño" especie de pasarela que seguía los tubos de conducción de agua de los lavaderos de mineral, tendida sobre la ría de San Salvador.

Jesús Cavada "el barquero" empezó a transbordar viajeros por la ría en el año 1922, en una barca del pueblo y con las condiciones que el pueblo ponía: los obreros pagaban cinco reales al mes y los demás lo que buenamente quería, cinco céntimos, diez o nada.

Las barcas se concedían cada año en subasta y la primera adjudicación le supuso mil trescientas y pico pesetas; al año siguiente, algo más y después ya alcanzó la subasta a las mil seiscientas pesetas.
Todo ello para explotar de sol a sol una chalupa llana, capaz para unas veinticinco personas.

Estuvo cinco años seguidos, hasta que se marcho a América. Volvió para hacerse de nuevo con el servicio y a navegar para ya terminar en el año 1958 definitivamente, cuando se hablaba de la construcción del puente.

Días tras días, hasta que al marcharse, le sustituyó Fidel, el del puerto. Cuando lo dejo la segunda vez fue por quedarse de patrón en la lancha de Pedrosa.

Cuando volvió por segunda vez se ganaba quince céntimos. Había días que sacaba alrededor de los 35 céntimos.

Los días de sur eran los más temibles, en esa travesía en la que siempre soplaba el viento al lado de estribor o de babor, según que el viaje fuera de ida o vuelta. De nada servía muchas veces tratar de no dar costado al viento haciendo la travesía al triángulo.

No se conoce haber ocurrido tragedia grave alguna en todos los años de servicio de las barcas.

Al principio se manejaba el remo y más tarde el timón en las barcas que lo tenían, la época de la "Wikinga", la "Maria Jesús" y la "Maria del Pilar".

Una de las noches más triste, fue cuando el viento llevó hasta la desembocadura de la ría de Boo. Otra noche en que se había roto amarras la barca y quedaron la deriva hasta esperar al amanecer del día siguiente.

También hubo buenos ratos que transcurrían en la casa de Angela, tabernera del puerto.

Recuerda al doctor Aguilar y los doctores Lemes Toscano, Muñoz Garcia-Lomas, Presmanes, Meana que subían a la barca para llegar al Sanatorio de Pedrosa, más muchos viajeros de todas las provincias de España que visitaban ese Sanatorio.

El último barquero fue Gonzalo Tricio, destacado marinero, que su oficio fue transportar personas en barca cincuenta veces al día y vuelta, desde las seis de la mañana hasta la diez de la noche.

Tenía dos lanchas a motor y una de remo, a la que llamaba la "La Vikinga".

Venia cobrando a los obreros por el servicio seis pesetas a la semana y al final, llegó a subirlo hasta diez. A los viajeros, les cobraba dos pesetas en un principio y después tres por ida y vuelta.



Bien merece hoy ser recordado estas travesías de las barcas de Pontejos a Astillero, con algún monolito o placa colocada en el muelle pontejano. (hubo en unas fechas que solicitaron tal homenaje, no llegándose a culminar)










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