(Archivo Municipal del Ayuntamiento de Astillero)
(Fe de bautismo)
En una esquina de la calle San José,
existe una modesta placa que da nombre a la calle que en época atrás fue una de
las mejores del pueblo y que reza "Calle de Venancio Tijero".
Don Venancio Tijero Cordero, hijo de
Vicente, de Guarnizo, y de Juana, de Astillero, nació en Astillero, el día 1 de
abril de 1825 y falleció soltero, en su domicilio, el 28 de mayo de 1879.
Falleció, pues a los 54 años,
relativamente joven y de repente, pues la muerta no le dio tiempo de recibir
siquiera los últimos sacramentos de la Iglesia.
Su sepelio, en cambio, fue sonado;
asistieron a él, 19 sacerdotes más el párroco, que lo era Fray Matías González,
monje jerónimo del monasterio de Monte Corbán.
Fue don Venancio marino en su juventud,
pero abandonó esta profesión para dedicarse a otras actividades. Hombre de gran
inteligencia y muy amante de su pueblo, figuró por primera vez en lo que
pudiéramos llamar su vida pública, como teniente alcalde de aquella famosa
Corporación nombrada "a dedo" en octubre de 1868 por la Junta de
Gobierno Revolucionario de Santander, la misma que restableció de este modo la
independencia administrativa de Astillero, suprimida de un plumazo dos meses
antes por el Gobierno de González Bravo.
En la fecha 1 de enero de 1869, la
Corporación municipal en pleno le nombró su alcalde y presidente, cargo que
desempeñó ininterrumpidamente hasta el momento mismo de su fallecimiento.
Un resumen reducido de los
acontecimientos más notables desarrollados en el pueblo a su impulso, durante
los diez años que duró su mandato y silenciar necesariamente otros muchos que,
aunque que también interesantes, no caben, naturalmente, en el estrecho marco
de un articulo periodístico.
La supresión del Ayuntamiento de
Astillero a que hemos hecho referencia, se había fundado, desde luego, en
fuertes razones de insuficiencia en diversos aspectos y a fin de evitar el
peligro de que esto se repitiera en la sucesivo, don Venancio Tijero influyó decididamente para que Guarnizo, que tenía desde antiguo ciertos resentimientos
para con los demás pueblos de Camargo, a cuyo valle perteneció
jurisdiccionalmente desde época inmemorial, solicitara en bloque su segregación
de Camargo e incorporación automática al Ayuntamiento de Astillero.
Cierto también que Guarnizo era más afín
a Astillero que a Camargo, no sólo porque lo separaba de éste la que entonces
se llamaba Sierra de Guarnizo, sino porque Guarnizo y Astillero seguían
perteneciendo a la misma parroquia, la de Nuestra Señora la Virgen de Muslera.
Este expediente se sustanció por R.O. de
30 de diciembre de 1871, en virtud del cual Guarnizo se segregó del
Ayuntamiento de Camargo para su incorporación al de Astillero.
Con ello, según el empadronamiento de 31
de diciembre de 1872, resultó tener el Ayuntamiento de Astillero, 195 vecinos y
domiciliados con casa abierta, con 995 habitantes, de los cuales pertenecían a
Guarnizo algo menos de la mitad.
Desaparecieron, pues, las razones de
insuficiencia de capitalidad y de extensión geográfica que determinaron la
supresión del Ayuntamiento como tal en el año 1968.
Otro hecho que demostró el valor y la categoría
que tenia don Venancio Tijero, es el siguiente:
En virtud de una R.O. de 1856 y ante la
eventualidad de que el Estado pudiera poner nuevamente en servicio sus famosos
astilleros, se prohibía toda clase de construcciones a ambos lados de la
carretera de Parbayón a Boo. Todos los terrenos afectados por esta disposición
eran de aprovechamiento comunal y en gran parte marismosos e insolubles.
Esta disposición perjudicaba enormemente
a Guarnizo y por ello, don Venancio Tijero solicitó del Ministerio de la
Gobernación, sin grandes esperanzas de conseguirlo, que se declarase como
sobrante de vía pública una faja de terreno común de 60 a 80 pies a ambos lados
de la mencionada carretera, pero al mismo tiempo el Ayuntamiento y la Junta
Administrativa de Guarnizo, a propuesta del alcalde, declararon por su cuenta y
riesgo, como sobrante de vía pública, una faja de terreno de una anchura de 80
ms.; se dividió seguidamente en lotes y se procedió a su venta, a medida que se
solicitaban, con sujeción a ciertas condiciones generales, iguales para todos
sus futuros propietarios.
El primer lote lo adquirió don Paulino
Saiz.
Este fue el comienzo de una época de
gran prosperidad y trabajo para Guarnizo, pues el producto de la venta de estos
lotes correspondía íntegro a Guarnizo, que lo invertía, a su vez, en obras de
urbanización y mejoras del pueblo.
En pleno desarrollo de este plan, don
Venancio Tijero emitió "a posterior" un amplio y razonado informe en
el que exponía abiertamente las poderosas y convincentes razones que le habían
inducido a tomar tales medidas en pro de los intereses locales.
A este informe siguió un absoluto
mutismo, sin que nadie osara formular la más mínima réplica o censura.
Otra labor suya de necesidad absoluta
entonces y hasta un tanto espectacular fue la construcción del magnífico
edificio diseñado para alojar en su planta baja las escuelas municipales, en el
piso primero, las oficinas del Ayuntamiento y habitación para el maestro y en
el sotabanco, habitación para el conserje.
Para preparar: el solar en que había de
levantarse el edificio hubo que demoler antes, por prestación personal, un almacén
inmenso y destartalado que el Estado había donado al Ayuntamiento y que
procedía de los bienes que la Marina dejó en Astillero cuando abandonó estas
instalaciones unos cien años antes.
El Ayuntamiento venía utilizando en
parte este tinglado para oficinas municipales, cárcel y otros servicios.
A la subasta de las obras que se celebró
el día 11 de mayo de 1878, se presentaron 12 pliegos y se adjudicó al que se
consideró más beneficiosos para el municipio y que resultó ser el de don Pedro
Berroya, de Santander, que se comprometió a construir las escuelas por 28.000
pesetas y el resto del edificio por 11.800 pesetas, o sea, por 39.800 pesetas
en total.
Se obtuvo una subvención del Ministerio
de Fomento de 18.000 y otra de la Diputación, cuyo arquitecto era también el de
nuestro edificio público.
La escuela de niños la estrenó dos años
después el maestro, don Simón de las Cagigas y la de niñas, doña Fidela de la
Peña Muñoz.
El Ayuntamiento en sí se inauguró
solemnemente el día 1 de enero de 1881, pero esta inauguración fue más bien un
homenaje al que fue el alma de la obra, don Venancio Tijero, porque había
fallecido año y medio antes.
Hubo dificultades para pagar las obras
al señor Berroya y se llegó a un acuerdo con él para abonar en diez años la
cantidad pendiente de pago, pero la Corporación municipal le fueron bastante
bien las cosas y antes de lo previsto, en el año 1883, canceló totalmente esta
deuda, lo que se celebró con una fiesta que consistió principalmente en izar el
Pabellón Nacional, disfrutar un rato de música y disparo de algunos cohetes.
Así se acordó en contra del voto de un
concejal, que proponía que estos gastos superfluos corriesen a cargo del
peculio particular de los concejales y "nada" de los fondos del
municipio.
Especial mención merecen también las
Ordenanzas municipales aprobadas en el año 1877, que se consideraron como
modelo de cuantos las conocieron y que estuvieron en pleno vigor durante muchos
años.
Pero quizá su mayor ilusión fue la
construcción de un edificio suficientemente amplio que sirviera de sala gálibos
para el trazado de barcos mercantes de grandes dimensiones, como lo exigían ya
los astilleros de entonces, a fin de poder continuar con la tradición naval, añorada
en aquella época más que en otra cualquier porque precisamente en el año 1871
se terminó en la escollera, la famosa fragata ·Don Juan", el buque de
mayor tonelada con que contó durante muchos años la matricula de Santander.
Don Venancio Tijero llegó a solicitar
del Gobierno para esta construcción parte del producto que obtuvo la
Administración de la subasta de los bienes del Estado ubicados en Astillero y
que los tenia semiabandonados desde que dejó de prestarle su apoyo oficial.
Pero este proyecto preparado tan
cuidadosamente y con tanto ilusión y fuertemente apoyado por los Organismos
oficiales más calificados de la provincia, se "sobreseyó" en cuanto
traspasó los limites de Santander.
Don Venancio Tijero, para obtener dinero
con qué resolver en lo posible sus múltiples necesidades, recurrió a muchos
medios, unas veces con éxito, pero otras sin él, como cuando en 1868 encomendó
a su hermano Tomás, que residía en Cuba, una suscripción entre los hijos de
este pueblo que allí vivían, para destinar su producto a mejoras locales, pero
con tan mala fortuna que precisamente entonces comenzaba en aquella colonia
española una guerra que había de durar diez años, entre nuestras tropas de
ocupación y los indígenas, mandados éstos por el famoso don Carlos Manuel de
Céspedes, guerra que terminó como se sabe, con la paz de Zanjón, en febrero de
1878. Y decimos que aquel recurso no tuvo éxito porque aquellos
"gallegos" de Astillero pensaban más, naturalmente, en salvar su
propia vida que en el sentimiento nostálgico de su querido pueblo.
En la primera reunión que celebró el
Ayuntamiento después del fallecimiento de su presidente, se acordó que tan
pronto como la Corporación municipal tomase posesión de la nueva Casa
Consistorial, se inscribiese el nombre de don Venancio Tijero en el salón de
sesiones, con una sucinta relación de las pruebas más notables de su generoso
comportamiento en favor del Municipio, para que su ejemplo sirviese de estímulo
a las corporaciones que le fuesen sucediendo en la dirección y administración
de los intereses locales.
Pero, ni en el salón, ni en otro lugar
figura, al menos visible, constancia alguna de dicho acuerdo en la menor
referencia del alcalde astillerense más renombrado, benemérito y esclarecido
del siglo XIX.
Y, menos mal que se dio su nombre a una
de las calles del pueblo.
Estuvo de Alcalde, desde el 1 de enero
de 1869 hasta 1879.
Venancio Tijero, murió a las cuatro de
la tarde, en el pueblo del Astillero, casi repentinamente.
Pocas personas habría en Santander que
no conozcan las bellísimas condiciones de carácter que le distinguía al señor
Tijero.
El pueblo del Astillero había perdido
sin duda alguna el hijo que con más decidido entusiasmo velaba constantemente
por sus intereses, tomándose infinidad de molestias, y haciendo viajes
frecuentemente a Madrid en busca de algo para el pueblo.
La muerte del señor Tijero fue muy
sentida. La conducción del cadáver tuvo lugar en la tarde, del 29 de mayo 1879,
a las cinco.
(fuente: Diario Montañés del 19 marzo
1966, autor: Nemesio Mercapide)
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