jueves, 1 de febrero de 2018

VENANCIO TIJERO ex alcalde (1869-1879)









(Archivo Municipal del Ayuntamiento de Astillero)








(Fe de bautismo)






En una esquina de la calle San José, existe una modesta placa que da nombre a la calle que en época atrás fue una de las mejores del pueblo y que reza "Calle de Venancio Tijero".

Don Venancio Tijero Cordero, hijo de Vicente, de Guarnizo, y de Juana, de Astillero, nació en Astillero, el día 1 de abril de 1825 y falleció soltero, en su domicilio, el 28 de mayo de 1879.

Falleció, pues a los 54 años, relativamente joven y de repente, pues la muerta no le dio tiempo de recibir siquiera los últimos sacramentos de la Iglesia.

Su sepelio, en cambio, fue sonado; asistieron a él, 19 sacerdotes más el párroco, que lo era Fray Matías González, monje jerónimo del monasterio de Monte Corbán.

Fue don Venancio marino en su juventud, pero abandonó esta profesión para dedicarse a otras actividades. Hombre de gran inteligencia y muy amante de su pueblo, figuró por primera vez en lo que pudiéramos llamar su vida pública, como teniente alcalde de aquella famosa Corporación nombrada "a dedo" en octubre de 1868 por la Junta de Gobierno Revolucionario de Santander, la misma que restableció de este modo la independencia administrativa de Astillero, suprimida de un plumazo dos meses antes por el Gobierno de González Bravo.

En la fecha 1 de enero de 1869, la Corporación municipal en pleno le nombró su alcalde y presidente, cargo que desempeñó ininterrumpidamente hasta el momento mismo de su fallecimiento.

Un resumen reducido de los acontecimientos más notables desarrollados en el pueblo a su impulso, durante los diez años que duró su mandato y silenciar necesariamente otros muchos que, aunque que también interesantes, no caben, naturalmente, en el estrecho marco de un articulo periodístico.

La supresión del Ayuntamiento de Astillero a que hemos hecho referencia, se había fundado, desde luego, en fuertes razones de insuficiencia en diversos aspectos y a fin de evitar el peligro de que esto se repitiera en la sucesivo, don Venancio Tijero influyó decididamente para que Guarnizo, que tenía desde antiguo ciertos resentimientos para con los demás pueblos de Camargo, a cuyo valle perteneció jurisdiccionalmente desde época inmemorial, solicitara en bloque su segregación de Camargo e incorporación automática al Ayuntamiento de Astillero.

Cierto también que Guarnizo era más afín a Astillero que a Camargo, no sólo porque lo separaba de éste la que entonces se llamaba Sierra de Guarnizo, sino porque Guarnizo y Astillero seguían perteneciendo a la misma parroquia, la de Nuestra Señora la Virgen de Muslera.

Este expediente se sustanció por R.O. de 30 de diciembre de 1871, en virtud del cual Guarnizo se segregó del Ayuntamiento de Camargo para su incorporación al de Astillero.

Con ello, según el empadronamiento de 31 de diciembre de 1872, resultó tener el Ayuntamiento de Astillero, 195 vecinos y domiciliados con casa abierta, con 995 habitantes, de los cuales pertenecían a Guarnizo algo menos de la mitad.

Desaparecieron, pues, las razones de insuficiencia de capitalidad y de extensión geográfica que determinaron la supresión del Ayuntamiento como tal en el año 1968.

Otro hecho que demostró el valor y la categoría que tenia don Venancio Tijero, es el siguiente:

En virtud de una R.O. de 1856 y ante la eventualidad de que el Estado pudiera poner nuevamente en servicio sus famosos astilleros, se prohibía toda clase de construcciones a ambos lados de la carretera de Parbayón a Boo. Todos los terrenos afectados por esta disposición eran de aprovechamiento comunal y en gran parte marismosos e insolubles.

Esta disposición perjudicaba enormemente a Guarnizo y por ello, don Venancio Tijero solicitó del Ministerio de la Gobernación, sin grandes esperanzas de conseguirlo, que se declarase como sobrante de vía pública una faja de terreno común de 60 a 80 pies a ambos lados de la mencionada carretera, pero al mismo tiempo el Ayuntamiento y la Junta Administrativa de Guarnizo, a propuesta del alcalde, declararon por su cuenta y riesgo, como sobrante de vía pública, una faja de terreno de una anchura de 80 ms.; se dividió seguidamente en lotes y se procedió a su venta, a medida que se solicitaban, con sujeción a ciertas condiciones generales, iguales para todos sus futuros propietarios.

El primer lote lo adquirió don Paulino Saiz.

Este fue el comienzo de una época de gran prosperidad y trabajo para Guarnizo, pues el producto de la venta de estos lotes correspondía íntegro a Guarnizo, que lo invertía, a su vez, en obras de urbanización y mejoras del pueblo.

En pleno desarrollo de este plan, don Venancio Tijero emitió "a posterior" un amplio y razonado informe en el que exponía abiertamente las poderosas y convincentes razones que le habían inducido a tomar tales medidas en pro de los intereses locales.

A este informe siguió un absoluto mutismo, sin que nadie osara formular la más mínima réplica o censura.

Otra labor suya de necesidad absoluta entonces y hasta un tanto espectacular fue la construcción del magnífico edificio diseñado para alojar en su planta baja las escuelas municipales, en el piso primero, las oficinas del Ayuntamiento y habitación para el maestro y en el sotabanco, habitación para el conserje.

Para preparar: el solar en que había de levantarse el edificio hubo que demoler antes, por prestación personal, un almacén inmenso y destartalado que el Estado había donado al Ayuntamiento y que procedía de los bienes que la Marina dejó en Astillero cuando abandonó estas instalaciones unos cien años antes.

El Ayuntamiento venía utilizando en parte este tinglado para oficinas municipales, cárcel y otros servicios.

A la subasta de las obras que se celebró el día 11 de mayo de 1878, se presentaron 12 pliegos y se adjudicó al que se consideró más beneficiosos para el municipio y que resultó ser el de don Pedro Berroya, de Santander, que se comprometió a construir las escuelas por 28.000 pesetas y el resto del edificio por 11.800 pesetas, o sea, por 39.800 pesetas en total.

Se obtuvo una subvención del Ministerio de Fomento de 18.000 y otra de la Diputación, cuyo arquitecto era también el de nuestro edificio público.

La escuela de niños la estrenó dos años después el maestro, don Simón de las Cagigas y la de niñas, doña Fidela de la Peña Muñoz.

El Ayuntamiento en sí se inauguró solemnemente el día 1 de enero de 1881, pero esta inauguración fue más bien un homenaje al que fue el alma de la obra, don Venancio Tijero, porque había fallecido año y medio antes.

Hubo dificultades para pagar las obras al señor Berroya y se llegó a un acuerdo con él para abonar en diez años la cantidad pendiente de pago, pero la Corporación municipal le fueron bastante bien las cosas y antes de lo previsto, en el año 1883, canceló totalmente esta deuda, lo que se celebró con una fiesta que consistió principalmente en izar el Pabellón Nacional, disfrutar un rato de música y disparo de algunos cohetes.

Así se acordó en contra del voto de un concejal, que proponía que estos gastos superfluos corriesen a cargo del peculio particular de los concejales y "nada" de los fondos del municipio.

Especial mención merecen también las Ordenanzas municipales aprobadas en el año 1877, que se consideraron como modelo de cuantos las conocieron y que estuvieron en pleno vigor durante muchos años.

Pero quizá su mayor ilusión fue la construcción de un edificio suficientemente amplio que sirviera de sala gálibos para el trazado de barcos mercantes de grandes dimensiones, como lo exigían ya los astilleros de entonces, a fin de poder continuar con la tradición naval, añorada en aquella época más que en otra cualquier porque precisamente en el año 1871 se terminó en la escollera, la famosa fragata ·Don Juan", el buque de mayor tonelada con que contó durante muchos años la matricula de Santander.

Don Venancio Tijero llegó a solicitar del Gobierno para esta construcción parte del producto que obtuvo la Administración de la subasta de los bienes del Estado ubicados en Astillero y que los tenia semiabandonados desde que dejó de prestarle su apoyo oficial.

Pero este proyecto preparado tan cuidadosamente y con tanto ilusión y fuertemente apoyado por los Organismos oficiales más calificados de la provincia, se "sobreseyó" en cuanto traspasó los limites de Santander.

Don Venancio Tijero, para obtener dinero con qué resolver en lo posible sus múltiples necesidades, recurrió a muchos medios, unas veces con éxito, pero otras sin él, como cuando en 1868 encomendó a su hermano Tomás, que residía en Cuba, una suscripción entre los hijos de este pueblo que allí vivían, para destinar su producto a mejoras locales, pero con tan mala fortuna que precisamente entonces comenzaba en aquella colonia española una guerra que había de durar diez años, entre nuestras tropas de ocupación y los indígenas, mandados éstos por el famoso don Carlos Manuel de Céspedes, guerra que terminó como se sabe, con la paz de Zanjón, en febrero de 1878. Y decimos que aquel recurso no tuvo éxito porque aquellos "gallegos" de Astillero pensaban más, naturalmente, en salvar su propia vida que en el sentimiento nostálgico de su querido pueblo.

En la primera reunión que celebró el Ayuntamiento después del fallecimiento de su presidente, se acordó que tan pronto como la Corporación municipal tomase posesión de la nueva Casa Consistorial, se inscribiese el nombre de don Venancio Tijero en el salón de sesiones, con una sucinta relación de las pruebas más notables de su generoso comportamiento en favor del Municipio, para que su ejemplo sirviese de estímulo a las corporaciones que le fuesen sucediendo en la dirección y administración de los intereses locales.

Pero, ni en el salón, ni en otro lugar figura, al menos visible, constancia alguna de dicho acuerdo en la menor referencia del alcalde astillerense más renombrado, benemérito y esclarecido del siglo XIX.

Y, menos mal que se dio su nombre a una de las calles del pueblo.

Estuvo de Alcalde, desde el 1 de enero de 1869 hasta 1879.

Venancio Tijero, murió a las cuatro de la tarde, en el pueblo del Astillero, casi repentinamente.

Pocas personas habría en Santander que no conozcan las bellísimas condiciones de carácter que le distinguía al señor Tijero.

El pueblo del Astillero había perdido sin duda alguna el hijo que con más decidido entusiasmo velaba constantemente por sus intereses, tomándose infinidad de molestias, y haciendo viajes frecuentemente a Madrid en busca de algo para el pueblo.

La muerte del señor Tijero fue muy sentida. La conducción del cadáver tuvo lugar en la tarde, del 29 de mayo 1879, a las cinco.





(fuente: Diario Montañés del 19 marzo 1966, autor: Nemesio Mercapide)












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