Es
importante conocer a un personaje ilustre que vivió sus últimos años en el
pueblo de Astillero, como es GONZALO ABAD BOJAS.
Del
libro Capitanes de Cantabria, de Rafael González Echegaray, editado por la
Diputación de Cantabria, en 1970.
Al año de la puesta en servicio de EL
GALLO se produjo en Santander la catástrofe del Cabo Machichaco, GONZALO ABAD
perdió su casa y su ajuar en la hoguera enorme de la calle de Méndez Núñez. Se
traslado a su nuevo hogar en Astillero en la calle de Fernández Hontoria, junto
al estanco de Monar.
En los comienzos del mes de abril del
año 1895, El Gallo, largaba amarras y dejaba la ría de San José; su capitán
hizo sonar el silbo despidiéndose de los suyos. El invierno se prolongaba y no
terminaban aquel años las borrascas atlánticas. Desde la Estaca, el diminuto
petrolero montañés fue un juguete de los mares que lo azotaban sin piedad.
En aquellos días, terminada la
accidentada visita a la Corte de la Embajada marroquí de Sidi-Brisha, embarcaba
éste en el crucero español Reina Regente en el puerto de Cádiz con destino
Tánger. A punto de botarse en los astilleros gaditanos de Vea Murguía el nuevo
crucero-acorazado Carlos V y, el Regente recibió orden de regresar de inmediato
a la cabecera del Departamento para estar presente durante los solemnes actos
propios de la ceremonia. El domingo día 10, a media tarde, largaba amarras el
crucero y ponía rumbo a la Península. Entretanto El Gallo, rebasaba el Cabo San
Vicente y se adentraba en el Golfo de Cádiz en medio de un temporal deshecho.
El tiempo había cargado peligrosamente
en la jornada anterior y cuando el Regente quedó al través de la Punta
Malabata, el Estrecho presentaba un aspecto realmente aterrador. Los chubascos
negros y espesos avanzaba del sudoeste y se interponían como telones opacos
sobre el horizonte. El Regente era un punto con los dos tiznes de humo
negrísimo de sus chimeneas atizando y enseguida desapareció.
Lo que sucedió al Reina Regente, un
crucero de 4.800 toneladas construido por W. Thompson en 1887, con cuatro
cañones de 8 pulgadas y 21 nudos de marcha, es uno de los grandes enigmas de la
historia de la mar y de los barcos. Jamás llegó a Cádiz y jamás se volvió a
saber nada de él ni de su 415 hombres. Tan solo un barco francés, dice que en
pleno temporal vió un gran buque en posición comprometida sobre el bajo de Las
Aceiteras y al que no pudo prestar auxilio.
La derrota del Regente se cruzó
precisamente, exactamente, con la de El Gallo que venía corriendo en popa-una
notable especialidad maniobrera del capitán Abad- como un centella desde Sagres
a Trafalgar, en una carrera loca de espumas. Pero no vieron al crucero. El
barquín montañés de las setecientas toneladas recaló el Estrecho medio
destrozado; un golpe de mar encapillado traidoramente por la aleta, le
destrincó un tanque de agua dulce que, proyectado sobre la cubierta, alcanzó al
piloto don Manuel Sánchez, "El Mulato", también vecino de Astillero-
cuando efectuaba el revelo de guardia y lo rompió una pierna. Gonzalo Abad, que
llevaba tres días sin comer ni dormir de pie en el puente, animaba en las
arfadas a su pobre barco:
-!Gallo! levanta la cabeza, que tengo
cinco hijas.
Entretanto el Reina Regente se pasaba de
ojo entre dos mares y desaparecía como un plomo. Sin salvación. Al cabo de
varios días de búsqueda infructuosa, sólo se hallaron algunos restos de sus
botes y el armario de banderas del puente. El 25 de abril, en 109 brazas de
agua al sudoeste de Punta Camarinal, entre Trafalgar y Tarifa, nuestro crucero
Isla de Luzón rastreó un naufragio que fue posteriormente identificado como el
casco de su infortunado compañero. No olvidó jamás el capitán Gonzalo Abad, el
espanto de aquella noche del 10 al 11 de abril de 1895, en que fue el único e
inconcebible testigo, sin él saberlo, de la tragedia del Reina Regente.
Poco tiempo le quedaba ya entonces de
vida a El Gallo como tal buque tanque. En 1902 se amarró en Bilbao y,
transformado en buque de carga seca, pasa a la Sociedad Minera
Cántabro-Asturiana. El día mismo en que quedó atracado en la Ría, Abad se
desembarcó y se vino a su casa- Había quemado la última etapa famosa de su vida
de mar.
Poco después fue a Méjico y por
influencia de su paisano y amigo montañés Adolfo Rodriguez Yllera, que era
gerente de la Compañía Naviera del Pacifico, embarcó en la flota de Romano y
Berreteaga, más tarde Compañía Mejicana de Navegación, cuyos buques eran
conocidos como los "vapores del Golfo" y que estaban pilotados en su
totalidad por marinos españoles. Con no pocos apuros tuvo Abad que revalidar en
examen su título y así pudo navegar sus últimos años mandando el Tamaulipas.
Era este barco una especie de correíllo de 1.022 toneladas, construido en 1901
en Dumbarton por Mac Millán & Sons; tenía máquina de triple, 230 pies de
escolar y espacios para carga y pasaje, con una larga toldilla corrida. Hacia
el cabotaje por todos los puntos del seno mejicano y el Caribe.
Aproximadamente el año 1913, Gonzalo
Abad regresó a su patria, cuando era inminente la promulgación de una ley que
exigía la nacionalidad mejicana de origen para ostentar el mando de buques
mercantes de aquel país.
En Astillero concluyeron a poco sus
días; no tuvo muchos años de retiro para tomar el sol en la bolera con sus
amigos. Murió repentinamente, con el corazón roto, el 13 de enero de 1915 en
casa, sentado en un sillón.
Fue el prototipo de los capitanes
"tragamares" de vocación inquebrantable, ajeno a todo ringorrango
social, con alma ingenua, valor portentoso, sexto sentido de la navegación,
capitán mítico, dominador de temporales y popular como muy pocos en el
Santander marinero de la segunda mitad del siglo, había nacido, muy
probablemente en Cueto, el 8 de abril de 1856. Era un mocetón rubicundo y abigotado,
con el pelo hirsuto y la mirada expresiva.
Había conseguido en 1876, el titulo para
navegar después de sucesivos exámenes y en 1879, pasa a estrenar como capitán,
la corbeta Ecuador, un hermosísimo barco que se construía en los astilleros
vizcaínos de Aguinaga para el armador santanderino don Antonio Cabrero.
Se hizo famoso con el Ecuador, estando
durante ochos años seguidos a su mando. Realizó con este barco las más rápidas
travesías de Santander a La Habana.
El 1 de septiembre de 1883, el patache
de Ribadeo nombrado Aurelia, entraba por la boca del este con el velacho y la
trinquetilla, quedando fondeado a cuatro cables de la Punta de La Cerda, falto
de virada, cuando ya el viento habiendo rolado al noroeste se desflecaba
huracanado e impresionante en forma de chubascos trágicos y espesos. Rápidamente
se personaron a la península de la
Magdalena los voluntarios de Salvamento de Náufragos, para intentar lanzar
sirgas de socorro a la embarcación desde lo alto de la Punta. Entre ellos el
capitán Abad, que acudió en auxilio en la inevitable catástrofe que se
anunciaba a toque por toda la ciudad. El cañón bóxer funcionó y el cabo
salvador pasó a manos de la aterrada tripulación del Aurelia, que abandonaba el
buque en el bote de servicio, antes de que faltaran sus cadenas y se estrellara
en Las Quebrantas. Seis hombres cobraban del cabo y la pequeña embarcación se
atravesaba a los cáncamos grises que entraban como monstruos, Cuando ya se
encontraban a pocos metros de las rocas del faro, una mar rota y altísima tumba
la embarcación arrastrando al agua a sus tripulantes.
Y cuando medio Santander presencia
desolado la tragedia, el capitán Gonzalo Abad, quitándose el calzado y la ropa
de aguas, se lanza al agua y ante la sorpresa de todos, empieza nadar en aquel
resalsero de espumas hacia el punto en donde la quilla del bote emerge del agua.
El capitán Abad consigue con su extraordinario valor y fenomenal esfuerzo,
salvar, con sus propios brazos, nada menos a tres hombres de los seis náufragos
del Aurelia, regresando a la brasa por la barra del Juanón hasta el relativo
remanso de las canteras de la Magdalena.
Aquel día don Gonzalo Abad, entró por la
puerta grande en el santuario popular de los famosos santanderinos del siglo.
No hay precedente ni repetición de locura semejante en los fastos de la
historia trágica del puerto.
Estaba condecorado con la medalla
británica de oro de Salvamento de Náufragos por haber saldo personalmente con
un bote de su barco a la tripulación de otro inglés náufrago el 20 de febrero
de 1883.
Así fue de sencilla y estupenda -toda
humanidad y valor- la vida marinera del capital Abad, una de las figuras más
populares en la flota santanderina fin de siglo. Un pionero admirable del
tráfico del petróleo bajo la contraseña blanquirroja que desde el cielo verá
como un sueño a los tanques de su matrícula con cien mil toneladas -cien veces
el porte de su heroico GALLO- recorrer la ruta del petróleo que él estrenara
hace más de ochenta años.
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