Vapor Corconera
Anuncios de 1910
Por aquellos años 1910, las Fiestas de San José se conmemoraba casi de
la misma forma que ahora, pero en el fondo eran completamente distintas, había
más fe y más ansias de divertirse.
Había los mismos actos religiosos que los de ahora, cine, baile,
también cucañas, concurso de bolos, carreras de cintas....
Ese día amaneció radiante, para hacer honor el Santo.
Lavín, era el heraldo anunciador. Los seis famosos soldados de su
lírica, tocaban diana apenas apuntaba el día. No se podía descifrar si era
diana de infantería, marcha nupcial o pasodoble "El Vito"; Lavín era Lavín
y para ese día no había otra banda que la de Lavín.
Después de recorrer la banda todas las calles del pueblo, se subía al
balcón del Ayuntamiento y desde allí deleitaba con su extenso y variado
repertorio. A las doce ya desfilaba hacia la iglesia, para asistir a misa
mayor, tocando también "El Vito" como pasacalles.
Después de la misa, todos los jóvenes desfilaban a sus casas tras la
pitanza que ese día era extraordinaria.
Nada más comer, se corría a la Planchada abajo para ver entrar a los
romeros de Santander que venían en trenes y corconeras. Los que venían en
corconeras, de lejos, ya se les oía cantar a coro.
Pronto la Planchada quedaba repleta y entre el bullicio imponente de
aquel gentío, anuncios de barracas y humo de churrerías, Lavín organizaba sus
huestes y se ponía a tocar en el Redondel.
Las piezas eran larguísimas, sin duda para no agotar el repertorio,
pero terminaban...
Al empezar la siguiente era ella...
¿Qué tocamos, Lavín?, le decía
el subdirector.
Y Lavín, tras meditar un
momento, contestaba:
La misma, pero un poco más
fuerte.
Cansados ya los bailarines romeros de oír repetir siempre a Lavín el
mismo pasodoble, la misma polca y el mismo vals, se dirigieron al presidente de
la Comisión de Festejos, que era don Alfredo Quevedo y le preguntaron un tanto
indignados:
¿Nos quiere decir, señor Quevedo, si habrá en toda la provincia otra
banda de música peor que esta?
Y Quevedo, con aquella fina ironía que le caracterizaba, contestó:
Sí, señor: esta misma el año que viene.
Con motivo del Santo, existía una costumbre de felicitarse por
mediación de artículos en prensa, en uno de ellos, la señora Esperanza,
peinadora de Astillero, recibió uno que la hizo mucha ilusión y decía:
Te agradezco de veras
tu simpatía
¡oh gentil peinadora
del alma mía!
firmado por las jóvenes del
taller de Esperanza Bolicón.
Por los años 1910, cuando las minas estaban en su mayor producción,
vivió Astillero su mejor y más prospera época, también sus más turbulentos
tiempos de luchas política y sociales ocasionados por ser centro de una vasta
zona minera de mucha importancia.
En todos los pueblos de esta comarca el marxismo había instalado sus
centros obreros y el de Astillero era el rector de todos ellos.
Muchas huelgas revolucionarias hubieron de soportar los vecinos en esos
tres años con el consiguiente alojamiento de tropas, aunque no hubo que apuntar
ninguna agresión de ningún género. Astillero y su zona minera se distinguieron
siempre por su educación y cultura cívica, por eso, cuando ocurrían
convulsiones de huelgas revolucionarias, la tropa no tenía nada que hacer más
que pasear por la cera de la Confitería y divertirse.
En 1910 llegaron fuertes vientos de fronda marxista con la subida de
Canalejas al Poder, y según las noticias de prensa de aquel año, en todo el
norte de España se acentuaron los sucesos sociales, aunque Astillero seguía
comportándose sensata y moderadamente.
Sólo un hecho hubo que, por su trascendencia y originalidad, terminó en
festivo lo que en un principio revistió caracteres bastantes serios, dada la categoría
intelectual, política y religiosa de los personajes que en él intervinieron:
Regía el Centro Obrero de Astillero un tabernero de profesión que solía
escribir sus diatribas con el clero, en El Cantábrico. Utilizaba el seudónimo de
"doctor" y por ello le llamaban "El doctor Porguasa"
Sintióse "El doctor Porguasa" mucho más envalentonado con el
cambio político y solicito a Barcelona, para la enseñanza de ese Centro, un
profesor laico, y consiguió importar nada menos que a un discípulo del
tristemente célebre anarquista Francisco Ferrer Guardia, fundador de la Escuela
Moderna.
El tal profesor era un tipo de buena estampa, inteligente y, a juzgar
con los adeptos que conseguía en una campaña mitinesca anticlerical que emprendió
a poco de llegar, parecía llevarse a toda la juventud por su simpatía y
elocuencia.
¿Llegó a preocupar a los católicos y a la jerarquía eclesiástica de
Santander, el profesor anarquista?
Fuera por esto o por coincidencia, el caso fué que, cuando este
profesor terminaba casi triunfalmente su campaña anticlerical, la Iglesia
anunciaba unas misiones en la parroquia de Guarnizo.
Al frente de esta campaña misional venían dos eminentes religiosos
redentoristas padres, Gil y Turiso.
Como combatiría el padre Turiso, las teorías del profesor laico, amigo
de "El doctor Porguasa", que éste se sintió ofendido y le lanzó un
reto en la prensa para una controversia pública.
El padre Turiso, sereno y batallador, aceptó el reto, que también fue
publicado en la prensa. Como el retado elegía lugar y día, éste eligió el campo
de la iglesia de Guarnizo y el mismo día del final de las misiones.
Entre tanto llegaba ese día, el maestro laico no pudo contenerse y se
decidió a lanzar sus diatribas en hojas sueltas, combatiendo a la iglesia y sus
teorías, haciendo una gran defensa de las ateas y
materialistas..."Revolución y odio -decía- contra el oscurantismo
clerical: la Escuela Moderna dará la pauta a las nuevas generaciones para
construir el mundo del porvenir".
El padre Turiso, contestaban a estas andanadas, también en hojas
sueltas, sin hacer la menor alusión, hablando de la hermandad humana, de la
evolución natural del hombre; del amor...
En los campos de la iglesia, se encontraba el padre Turiso en su
tribuna, dando sus últimos discursos eclesiásticos, cuando quedo interrumpido
por una manifestación al frente el profesor laico.
Desde otra tribuna instalada, el profesor laico, comenzó con un
discurso de disparates que hizo estallar a la muchedumbre gritando: "Abajo de
la tribuna o la derribamos...."
El tabernero, orador improvisado y el maestro tuvieron que abandonar la
tribuna y el campo abucheados por la multitud.
Y la comitiva que habían irrumpido gallardamente, desfilaron
avergonzados, mientras el padre Turiso seguía de brazos cruzados en su puesto
de combate sin haber podido esgrimir sus armas dialécticas.
Así termino aquel memorable acto en el pueblo de Astillero.
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