En
el mes de abril de 1.949, un obrero de la Junta de las Obras del Puerto, Enrique Corino, pescando centollos desde su
bote en las inmediaciones del Faro de la Cerda, en ocasión en que las aguas
estaban claras y tranquilas y que la profundidad era escasa en razón a la
bajamar, advirtió en el fondo la presencia de unos artefactos que, cubiertos de
algas, semejaban cañones. En unión de otro compañero intentó, por medio de unos
cables, izar uno de ellos, el más pequeño, pero la poca consistencia de la
embarcación se lo impidió.
Avisado
el buzo, Alonso González, acudió con una barcaza y logró extraer el cañón
pequeño y dos grandes, que fueron trasladados a la dársena de Puertochico,
donde, por medio de una grúa, fueron elevados dos de ellos hasta la explanada
del dique de Gamazo, donde quedaron depositados para proceder a su limpieza. El
tercero, al pretender ser elevado, cayó al fondo de la dársena por haberse roto
el cable de la grúa.
Los
cañones ahora descubiertos se cree fundadamente que son del siglo XVIII, pues
son de hierro fundido. Algunos investigadores suponen que pudieran haber
pertenecido a las baterías que, para defender la entrada del puerto de
Santander, existían en la Magdalena y que, quizás fueran arrojados al mar
cuando la invasión francesa para evitar que cayeran en poder del enemigo. Da
fundamento a esta versión de haber sido arrojados premeditadamente, la
circunstancia de encontrarse todos ellos agrupados, hay siete cañones bajo el
Faro de la Cerda; uno pequeño -el extraído-, de cerda de dos metros de largo y
mil novecientos kilos de peso y seis más largos, de unos tres metros y tres mil
kilos de peso.
En
las inmediaciones de la Isla de Mouro y en el fondo del mar, ha sido
descubierto otro de idénticas características.
Actualmente
se procede a la limpieza de estas piezas, para ver si conservan la marca de
fabricación.
Nada
de extraño tendría que esos cañones fuesen los mismos que en enero de 1.813
fueron arrojados al mar, ante la proximidad de la división de Wandermarsen, como
último acto de la ocupación napoleónica de nuestra ciudad.
Si
ello es así, se trata de piezas históricas que de ningún modo deben tener como
destino una chatarrería. Serían unos recuerdos de indudable valor, testimonios
de un periodo agitado de la vida de la ciudad. (Alerta 13 abril de 1.949)
El cronista
de Santander, señor Simón Cabarga, escribía en esas fechas lo
siguiente:
"
Desde el puente del "Venerable" orgulloso navío que enarbolaba la
insignia almirante de la división británica. Sir Home Popham asestaba su
catalejo hacia aquella costa sobre la que parecía haberse desplomado de repente
el silencio y la inmovilidad. La víspera todavía advertía los altos morriones
de los granaderos napoleónicos y los cañones de los menguados fuertes apuntando
agresivos hacia los buques que desde el 25 de julio permanecían a la
expectativa frente al abra del Sardinero, esperando la llegada de la división
de vanguardia mandada por Porlier, "el Marquesito". Sir Home Popham,
cuyos marineros se habían batido bien hacia unos días, reduciendo al silencio los
fuertes de la Cerda y de Hano al establecerse por sorpresa en la isla de Mouro,
tuvo en la madrugada del 3 de agosto un breve consejo con los oficiales de su
Estado Mayor en la cámara del "Venerable" y allí quedó acordado
proceder a la inmediata ocupación de la ciudad, porque los espías comunicaron
que ya en las calles de la ciudad no quedaba un sólo francés y era preciso
saltar a tierra para evitar posibles desmanes.
Los
navíos pasaron bajo los fuertes de Hano y de La Cerda sin que desde tierra se disparase
un solo tiro de fusil. Habían enmudecido también los fuertes de la Punta del
Rastro, y en los puestos de guardia de Punta Palomera y Punta del Caballo no se
advertía señal ninguna de viuda. Tampoco el castillo de San Martín saludó
irrespetuosamente la presencia de los navíos británicos. Todo, pues, pudo
verificarse en orden y con tranquilidad. ¿Qué más, si hasta en el muelle de las
Naos y en la rampa larga había grupos que agitaban pañuelos y banderas, en
señal evidente de bienvenida?. Sir Home Popham dió órdenes de desembarcar lo
más rápidamente posible, y los marinos ingleses pisaron la calle de la Ribera
en medio de las exclamaciones entusiastas de unas cuantas docenas de
santanderinos. Sir Home Popham, con su fisonomía de "buen muchacho",
en cuyo rostro se respingaba un poco cómicamente una naricilla que no le añadía,
ciertamente respetabilidad, se acariciaba complacido las largas patillas que
encuadraban la cara risueña y juvenil. ¡Qué distinto, pensaba, esta jornada a
aquellas otras de Buenos Aires, hacia siete años, cuando consiguió saltar a
tierra con sus huestes reclutadas en El Cabo!
La
guerra contra el francés se iba resolviendo, ahora, con una precipitación de
los acontecimientos que ponían nubarrones en el cielo antes radiante de las
victorias napoleónicas.
Sir
Home Popham tomó posesión de la ciudad en nombre de los Ejércitos aliados, y en
una casa del muelle se le brindó hospitalidad.
Los
franceses habían comenzado su evacuación el día 20 de julio, trasladando sus
heridos y enfermos a Santoña, plaza fuerte elegida para una resistencia a
ultranza. El 2 de agosto ya no quedaba en las calles santanderinas un solo
granadero napoleónico.
Una
de las primeras providencias de Sr. Home Popham fué hacer pública una proclama
de una energía tan extrema que levantó una oleada de terror entre el
vecindario. Porque si bien era cierto que muchos afrancesados y colaboradores
huyeron con la división francesa, quedaban todavía no pocos atados a la ciudad
por sus negocios o por sus haciendas. Pero no era sólo contra los
"colaboracionistas" contra los que la cólera de sir Home Popham se dirigía,
sino que envolvía casi por entero a todos los habitantes de la despoblada
ciudad, a los que acusaba de desleales y dignos del más riguroso castigo. Hubo
necesidad de que una comisión de patricios se acercase a la morada del comodoro
británico para explicarle que la ciudad no había tenido más remedio que
someterse al invasor, y que los cinco años que, con ligeras intermitencias,
duraba la ocupación había impuesto ciertas formalidades de adaptación hacia las
exigencias de los generales franceses. Sir Home Popham rectificó su opinión y
dió otro bando para devolver la tranquilidad a los espíritus: "El comodoro
británico -decía- está lleno de satisfacción en haber hallado, por el informe y
el testimonio de los señores ya dichos, que la opinión que tenía en general de
la ciudad no era bien fundada" y a continuación daba garantías, para
entretanto llegaban las tropas españolas del séptimo ejercito mandado por don
Gabriel de Mendizabal.
En
efecto, hacia el día 8 de agosto, entraba el general Porlier al frente de su división,
formada por los regimientos y batallones que Mendizábal había reorganizado en
su cuartel general de Potes: eran de las provincias de Santander y de Liébana y
Castilla la Vieja, y formada por la infantería de Laredo, los dos regimientos
primero y segundo cántabros, tres de tiradores de Cantabria y un escuadrón de húsares
de Cantabria: granaderos de Castilla, de Logroño y Arlanza, tres de tiradores
de Castilla, húsares de Burgos y Valladolid y cazadores de Castilla y dragones
de la Rioja.
El
día 10 se celebró solemnísimamente la proclamación y la Jura de la Constitución
de 1812, votada por las Cortes de Cádiz...
Todo
parecía que se enderezaba hacia la normalidad de la vida ciudadana. Los
franceses recluidos, en Santoña y Foy y Palombini iniciando las operaciones que
habían de culminar con el sitio, asalto y saqueo de Castro Urdiales... De toda
España los correos traían noticias de derrotas consecutivas de Napoleón, que ya
iniciaba el repliegue hacia la frontera... La guerra de la Independencia estaba
en vísperas de terminarse.
Sir
Home Popham permaneció durante algún tiempo en Santander, alternando las
delicias de la paz que aquí se respiraba, con las operaciones de vigilancia que
sus navíos, auxiliados por los españoles, verificaban por toda la costa hasta
las Vascongadas.
Y
esa paz se turbó a los cinco meses escasos. El general Wandermarsen, dejando
bien sujeta la plaza de Santoña, reorganizó su división -que, por otro lado,
era hostilizada con frecuencia por guerrilleros ya famosos, como nuestro
Campillo- y emprendió la marcha hacia Santander. De nuevo iban a conocerse las
angustias y hasta los horrores de una nueva ocupación. Fue en el mes de enero
del año siguiente, 1.813.
Wandermarsen,
desde su cuartel general de San Pantaleón de Aras, anunció a la ciudad que muy
pronto caería sobre ella. Y lo cumplió. La noche del 21 de enero, se produjo de
nuevo otro movimiento de reflujo, otra evacuación como las que ya varias veces
se habían producido ante la llegada de los franceses o de los españoles.
Fue
entonces cuando las autoridades miliares españolas, antes de abandonar la
plaza, ordenaron el desmantelamiento y destrucción de todos los fuertes que la defendían.
Y ello se verificó tan concienzudamente que ni un solo cañón quedó sobre su
cureña. Los que no pudieron ser evacuados con las tropas por las dificultades
de arrastrar una muy pesada impedimenta, fueron arrojados al mar.
Cuatro años
después, en febrero de 1.817, se había de saber en una sesión del Ayuntamiento,
que el Estado se disponía a reedificar todas las baterías que había
anteriormente, que defienden este puerto, "pues no hay un cañón montado en
ninguna de ellas, ni en donde montarle, por haber sido todas totalmente
destruidas en la próxima última guerra con Francia, por cuyo motivo se ven
expuestos la ciudad, su arrabales y la había a la empresa atrevida de una
sorpresa o de ser atacados por cualquiera fuerza marítima por pequeña que
sea..."
Tras
su estudio, se decidió donar cuatro de los cañones al Museo Naval del Real
Astillero de Guarnizo, donde quedaron ubicados. Los tres
cañones restantes, fueron a la chatarrería, pues se encontraban muy
deteriorados sin posibilidad de restaurarlos.
También
se supone que los cañones, fueran fabricados en La Cavada.
La
fábrica de la Cavada, llegó a producir en torno a los 23.000 cañones, la mayoria
de estas piezas tenían su destino en las baterías costeras del imperio y su
Armada real. Muchos de los barcos fueron construidos en las atarazanas de
Guarnizo a donde se enviaban gran parte de los cañones. Este es uno de los
motivos que decidió en ubicarlos estos cuatro cañones en Guarnizo.
En
la labor de rescate de los cañones del fondo del mar, intervino el buzo Sr.
Alonso González, persona destacada en la recuperación de los mismos.
En
mis visitas a la Iglesia de Nuestra Señora de Muslera, siempre me he acercado a
ver estos cañones, en unos años los he visto en buen estado y desde hace un
tiempo muy deteriorados. Ahora solamente quedan tres y esperemos sean
conservados algunos años más.
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