Por aquella época,
el principal elemento de la vida del pueblo de Astillero, consistía en los
beneficios que le reportaba los muchos forasteros que acudían a él durante el
verano, atraídos por su bella situación topográfica y benigna temperatura,
ganando bajo este punto de extendida fama, el Campo de La Planchada.
Convencido
de ello, el alcalde, don Venancio Tijero trabajó con la constancia y actividad
que tan merecidos aplausos le granjearon, hasta conseguir que dicho campo
pasara a dominio del pueblo con el laudable propósito de irle mejorando poco a
poco, hasta lograr convertirles en un ameno parque, que hiciera más agradable
la estancia de los forasteros y como consecuencia se aumentaría el numero de
estos en provecho de los vecinos.
Que en parte
se consiguió este fin, era bien notorio, y serviría de prueba irrefutable el
aumento de la riqueza urbana por la construcción de un 30 por 100 más de las
casas que existían anteriormente, y por el progresivo valor que adquirió la
propiedad.
Pues bien;
el alcalde, siguiendo un derrotero diametralmente opuesto, había tomado, acaso
con la mejor intención, pero con notable ligereza, varios acuerdos que si el
vecindario no se opusiese a ellos, protestando en masa contra su ejecución, harían
perder a la Planchada todos sus atractivos, y por tanto dejaría el pueblo de
ser un punto de recreo para el verano.
Entre los
indicados acuerdos descuellan tres, cuya sola enumeración bastaría para
justificar la alarma del vecindario. Fue uno de ellos la concesión a un
particular de cierto terreno en dicho campo, y como el concesionario era negociante
en minas se suponía lo destinaría a deposito de minerales de hierro, cuyo
polvillo no dejaría de ejercer su colorante influencia sobre los puntos
inmediatos; afortunadamente el gobernador revocó tal concesión en virtud de
alzada.
Otra
resolución simpática al vecindario fue trasladar a unas marismas la caseta que
para abrigo de los marineros había en la Planchada y se decía simpática, porque
tuvo la envidiable fortuna de que la protestaran el 90 por 100 de los vecinos.
Por último, había
acordado el ayuntamiento derribar la glorieta llamada El Cañón, puesto elegido
de preferencia por los forasteros para pasar las horas más calurosas del día a
causa de su hermosa posición, que dominaba casi toda la bahía de Santander; así
es que, cuantas personas tenían la costumbre de veranear en este pueblo,
conservaban a aquel sitio cierto cariño, demostrado con su satisfacción por las
mejoras que en él se había ido realizado; pero el concejo, no contento con
borrar esta especie de recuerdo histórico, había decidido también desmontar un
terreno contiguo que estaba poblado de preciosos árboles formando paseo, y
aparte de que si las obras se ejecutarían no podría quedar aquel punto tan bien
como el existente, porque resultaría en plano inclinado y arboles como los que había
de derribarse no se formaban en 80 años, se originaría un gasto de consideración
que el municipio no estaba en condiciones de soportar; por esas razones los
vecinos pidieron la anulación del acuerdo, y no habiéndola conseguido de la
municipalidad, habían entablado el oportuno recuerdo de alzada.
Como si esto
no fuera bastante para exasperar los ánimos, y toda vez que los acuerdos del
ayuntamiento tenían que recaer en muchos casos sobre oposiciones presentadas
por los vecinos, habían tomado estos la costumbre de asistir a las sesiones
para enterarse de lo que se resuelve, pero en los del 28 de enero último, el
alcalde los mandó desalojar el salón alegando que se iba a celebrar sesión
secreta, y en la del 4 del corriente dio orden al portero media hora antes de
constituirse el ayuntamiento, para que no permitiera la entrada nadie hasta que
él lo autorizara, lo que efectúa una hora después de la señalada, para dar
principio a la sesión y cuando subieron encontraron que había sido retirados
los asientos dispuestos para el público, notándose también la particularidad de
no haber comenzado con la lectura del acta de la sesión anterior, que aunque
secreta debió serlo tanto solo en parte, pues constaba que se tomaron acuerdos
de interés público y que afectaban particularmente a dos vecinos que deseaban
haberla presenciado.
Desde 1876,
las fiestas de la localidad se celebraban en el Campo de la Planchada, allí se
colocaban los puestos de comidas y bebidas; las exposiciones de baratijas, los
vendedores ambulantes y los bailes populares. Era lugar donde se concentraban
parte de los festejos de las fiestas patronales.
Las
romerías, durante muchos años, se celebraron en el parque lugar que acudían
muchísimas personas.
Por las
fechas de 1882, se publicaba una pacotilla dedicada a la Planchada:
Las cosas
hacerlas ó no hacerlas.
El
Ayuntamiento del Astillero no se anda por las ramas.
¡Al tronco,
al tronco!
Todos los
arboles de la Planchada van á caer al golpe de la siega municipal.
Va a quedar
aquello verdaderamente planchado.
Sin duda los
concejales
del pueblo del
Astillero
ni á los
árboles permiten
que tengan más sombra que ellos.
En el año
1888, siendo por entonces alcalde, el señor Bernardo Lavín, en el paseo de la
Planchada, lugar pintoresco, se habían hecho una plantación de árboles formando
sombrías galerías, para el recreo de la gente.
Toda la
broza que había en los caminos y sus laderas habían sido eliminadas y sus
callejas fueron ampliadas para andar por ellas.
En 1934, con
la inauguración de los Grupos Escolares, emplazado en la parte alta de la Planchada,
este parque perdió la mitad de sus encantos naturales, pero en cambio le fue damnificado
con creces aquella gran poda de árboles seculares que cobijaban el sitio por
entonces.
Por los años 60, el conocido parque La Planchada, estaba cambiando de fisonomía y estaba perfilando grandes rasgos según los planes previsto por los técnicos.
El redondel
se agradaba y perdería su antigua línea circular, para tomar la forma elíptica,
se estaba delimitando con obra de fábrica un ancho camino que atravesaba La
Planchada de parte a parte, pasando por el mismo redondel.
Como también
eliminando algunos corpulentos árboles y algunos que otros pequeños que
permitiese la entrada del sol y que anteriormente lo impedía con los
inconvenientes al tupido del follaje.
Tenía
previsto la construcción del artístico templete para la música, cuyo proyecto
no se llegó aprobar.
Por esas
fechas, el parque no era utilizada por la mayoría de los convecinos, pocos lo
disfrutaban, únicamente los mozalbetes eran los dueños absolutos del redondel
jugando al futbol y la pradería menos aún por la humedad y excesivo fresco por
los plátanos existentes.
Por ello fue
necesario, realizar una modernización más aconsejable para el disfrute de los
vecinos, aunque sería una pena que desparecieran los arboles tan antiguos.
Por marzo de
1961, se inauguró las reformas que se vinieron haciendo en La Planchada, habiéndose
quitado arboles que venían estorbando y se hizo una obra decorativa que por la
noche, seria alumbrada por veinticuatro farolas de bellas columnas, con luz
mezcla de mercurio, dando a aquel precioso sitio una magnifica claridad y un
efecto fantástico.
En el mes de
septiembre de 1980, se realizaron diversas obras de urbanización en el parque de
La Planchada, consistente en colocación de baldosa en los caminos que la
cruzan, como la construcción de una acera alrededor del campo de juego de El
Redondel, así evitar el pequeño
deterioro que venía sufriendo La Planchada.
Desde 1980,
se han venido modificando el aspecto integral de La Planchada con pequeñas
obras y con constante mantenimiento para seguir siendo un lugar preferido por
los convecinos.
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