viernes, 2 de noviembre de 2018

UN EPISODIO INEDITO DE LA HISTORIA DE ASTILLERO - I






Luis González Bravo
(1811-1871)
Autor Eduardo Balaca




Por qué apoyó con entusiasmo la revolución de 1868.
El Ayuntamiento de González Bravo había suprimido el Ayuntamiento.

En el mes de septiembre de 1968, acaba de cumplirse el primer centenario, apoyó El Astillero, con un entusiasmo sorprende, el movimiento progresista español que prosperó con el prestigio de Espartero,  y que entonces acaudillaba el general Prim.

Se produjeron algaradas y tumultos callejeros, y por la calle San José (que entonces se llamaba Principal), desfiló todo el pueblo con aire revolucionario, esgrimiendo los hombres letreros y armas de toda clase, al grito tímido al principio, pero que pronto había de ponerse en boga en todo el amplio sector liberal, de ¡Abajo los borbones!

¿De qué le vino al Astillero aquel extraño y espectacular entusiasmo tan avanzadas de entonces? ¿Eran los mineros, que habían comenzado ya a plantear reivindicaciones económico-sociales? No, porque hacía solamente un año que se habían concedido en El Astillero a don José Fernández y socios, la primera explotación minera. Las huelgas -huelgas fueron ellas- vinieron años después, cuando se intensificaron las explotaciones.

Vamos a tratar de explicar por qué aquellos astillerenses de septiembre de 1868 eran tan ·progresistas".

El Astillero en aquella época por su escasísima extensión geográfica (Guarnizo, como luego veremos, no pertenecía aún al Ayuntamiento del Astillero), por su muy reducida población y otras causas, era en muchos aspectos y, en especial, en el económico un municipio francamente "deficitario".

Y como eran muchos los Ayuntamientos que en toda España se encontraban en el mismo caso, para remediar, en lo posible, esta situación anómala, el Gobierno de don Luis González Bravo dictó una orden del Ministerio de Gobernación de 23-X-1867 en virtud de la cual, los gobernadores provinciales habían de presentar propuestas de supresión de todos aquellos Ayuntamientos que para serlo, no reunían las condiciones que exigía la entonces vigente Ley de Ayuntamientos.

La supresión

El gobernador civil de Santander, en cumplimiento de aquella orden ministerial, propuso la supresión de diversos Ayuntamientos montañeses agregándose sus territorios a otros limítrofes más importantes. En esta lista figuraba el del Astillero que debía anexionarse al valle de Camargo no a Guarnizo de donde había sido anteriormente segregado.

Los demás Ayuntamientos de la Montaña suprimidos entonces, fueron; el de Argoños, que se unió a los Ayuntamientos de Bárcena de Cicero y Escalante; el de Noja, que se unió al de Arnuero; el de Marrón, a Ampuero; los de Colindres y Seña, al de Limpias; el de Los Carabeos, al de Valdeprado; los de Anievas, Rivaldeiguña, San Vicente de León y Los Llares, a Arenas; el de Espinama, al de Camaleño; los de Bárcena de Pie de Concha y Pujayo, a Molledo, y el de Rioseco, al de Santiurde de Reinosa.

Se suprimían casi todos -y el del Astillero también- porque no llegaban a 200 vecinos (no habitantes), que exigía el art. 71 de la mencionada Ley de Ayuntamientos.

Había que atenerse al censo de población del año 1860, según el cual, El Astillero no llegaba ni a los 100 vecinos. En su ritmo ascendente, aunque muy lento, contaba en el año de autos 1868, un centenar de vecinos (unos 500 habitantes), o sea, la mitad de lo que exigía la Ley de Ayuntamientos.

Reacción violeta

Al publicarse la correspondiente orden de sucesión, ministerial y ejecutiva de 29.7.1868, el Astillero reaccionó como si le hubieran dado un bofetón en pleno rostro. El Ayuntamiento del Astillero, dentro de su modestia se defendía mal que bien en todos los órdenes. Pero aparte de esto, nadie podía olvidar su importancia histórica del siglo anterior, lo cual hacia que se le mirase con cierto respecto.

Como noble venido a menos, daba en todo momento apariencia y pruebas de competencia y personalidad, tanto en su régimen interior, como en sus relaciones con el exterior y muy especialmente con los organismos oficiales.

La base de su economía la constituía por aquellos años la famosa fuente de La Planchada, cuyas aguas declaradas medicinales, gozaban de gran predicamento en toda la nación. Su colonia veraniega era numerosa y muy selecta. Sobre ésa pesaba principalmente el impuesto de consumos, renglón el más importante con mucho del presupuesto municipal de ingresos.

El Astillero tenía fe en sí mismo y en su destino. Por ello, cuando le fue comunicada la orden de su supresión como Ayuntamiento independiente y de su incorporación a Camargo, no se resignó ni se amilano. El alcalde, que era entonces, don Ramón Puebla, nombró una comisión para que, asistida de cuantos poderes y pruebas estimase necesarios y valiéndose de personas influyentes, hiciese cuantas gestiones estuviesen en su mano, con vistas a que el Ayuntamiento pudiese continuar, como hasta entonces con vida propia.

Esta curiosa alusión a "personas influyentes", se refería, sin duda y principalmente, a don Pedro Salaverria, varias veces ministro de Hacienda y de Fomento, y a don José María Orense, insigne político de filiación republicana, que aunque nunca perteneció al partido progresista a pesar de que le fue ofrecida la jefatura del partido en diversas ocasiones, fue uno de los principales preparadores desde el extranjero, de la revolución del 68; personajes ambos muy asiduos veraneantes en Astillero a los que el municipio pondría con el tiempo sus nombres a dos de sus calles. Un tercer personaje de aquella época, muy ligado al Astillero, fue don Pedro Gómez Hermosa, ministro del Tribunal Supremo de Justicia; tenía en Astillero una casa heredada de sus mayores.

Desconocemos con detalle las gestiones que la comisión pudo llevar a cabo durante el mes de agosto en cumplimiento de su importante y delicada misión, como no fuera la de informar del caso a los "señores" influyentes, anteriormente mencionados y la de excitar de los astillerenses en contra del gobernador civil de Santander, don Francisco Pareja de Alarcón, recientemente nombrado para este cargo y de la política nacional que, naturalmente, representaba


(Nemesio Mercapide - 2  de noviembre 1968 - el diario Alerta)










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